martes, 18 de diciembre de 2007

R.A.

Hay fechas que nos marcan, que dejan su impronta en lo más profundo de nuestras almas. El 18 de diciembre de 1968 es una de esas. En cada año, por más que se cargue con nuevas connotaciones, con alegres eventos, me pega como aquel día.
Aquella tarde en que disfrazada en una nube de polvo, la muerte se lo llevó. Sin preámbulos, sin preaviso, y para siempre. Sin siquiera prevenirlo de que a la vuelta de la curva, sus ilusiones terrenales ya no tendrían sentido. Que su cumpleaños ese año no se festejaría en su casa.

El 18 de diciembre me marcó, probablemente porque por primera vez la vida me robaba algo, algo que era mío.
Diciembre lo trajo, en una nochebuena. Como regalo de Navidad llegó el benjamín de la casa, el número doce, de esa más que numerosa familia. El hijo de José María Aranguren y Concepción Oñativia, que la vida lo convertiría en mi abuelo. Un abuelo fugaz, al que hoy necesito evocar.
No veo una razón especial o lógica para que estos recuerdos quieran salir. Pero siento que me desbordan, que me ahogan, que necesito darles vía libre.
Necesito evocarlo.
¿Qué puedo recordar, si se fue cuando sólo tenía siete años?
Y lo pienso y si, lo recuerdo. Lo recuerdo en las siestas tranquilas, detrás del tapial del fondo de casa, en el patio de la suya, dando cortos silbidos llamándonos de manera traviesa, para desencadenar una lluvia de caramelos de leche, que desde lo alto del tapial caían y se esparcían por el jardín.
Lo recuerdo, probablemente por aquella foto, que tantas veces miré, en el monumento de la plaza, sentado conmigo en su falda, momentos antes de emprender un viaje.
Lo recuerdo en su casa, en el escritorio, por las tardes trabajando, con el balcón a la calle abierto, custodiado por la “Linda” su fiel collie, a la que nos prohibían acariciar aduciéndole un mal temperamento.
Lo recuerdo partiendo en su Rambler blanco por las siestas, desafiando fríos y calores, rumbo a “Los Ranchos”, su querido refugio en el campo.
No recuerdo su voz, no lo recuerdo a mi lado.

Atesoro estas imágenes, lo proyecto a mis hijos, adornándolas con fantasías, productos de mi imaginación probablemente. Como armando un rompecabezas en el que me dieron sólo algunas piezas. Probablemente las piezas fundamentales para descubrir a través de ellas la integridad de su persona. Y lloro. Las lágrimas empañan mis ojos. Pero necesito escribir. Cada vez más rápido… Lo siento, me agobia, pero me regocijo en recordarlo. Que incoherencias…
Y aparece el Dr. Aranguren, el abogado, y suenan en mis oídos las palabras Superior Tribunal de Justicia. Y qué sabía yo de eso, si era chiquita…
Y resuenan las anécdotas de un viaje a Europa por un año, como premio por adelantar la carrera, con la promesa del regreso para el matrimonio. Y se filtran confidencias de aquel año en Europa… una medalla que atesoro, un “más que ayer y menos que mañana”, de una francesa quizás que quedó lejos…
Y su promesa, el retorno, el matrimonio, una casa, un hogar… con un estilo que denota una Francia que lo deslumbró. La amplitud,la sobriedad. Un portón con su impronta R. A. que no dejaba dudas de su dominio y que lo perpetuaría.
Más recuerdos en la casa, pero los reviso y no son de él.

Los busco, pero él no está… Desaparecen tras esa larga fila de coches que lo siguen… lo despiden, me cuentan…. No lo entiendo ¿Hacia donde lo acompañan? Son siete años los míos. Entro a la casa… la sala vacía… acaban de llevarlo,, todo se vuelve negro, Luto le llaman. Por muchos meses, años quizás… Todo parece más grande.. ya no caen caramelos… pero los busco… no escucho el silbido de las siestas. No está, se fue…
Pero hoy lo escucho, hoy lo siento… no sé porqué… pero hoy quiero decirle que fue breve, pero que su huella, está en mí. Que lo honro, que lo quiero.



Myrtita

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me hiciste emocionar mamá. Hermoso lo que dejaste de tu abuelo.
Que el recuerdo siga vivo y no se muere.
Te amo vieji

Anónimo dijo...

A mi me pasa lo mismo: cada 18 de diciembre choco emocionalmente y me invade un sentimiento de profundo vacío existencial...
Hoy cuando salía de "Los Ranchos", daba vueltas y vueltas...
Ya todos pensaban que había salido hacia Paraná pero me puse a limpiar el Twingo...
y cuando volví a la casa para lavarme las manos Mónica me dijo: cómo estás atrasando el regreso a Paraná...
Y me acordé de ese 18 de diciembre, como Raúl atrasó su regreso que nunca terminaría en calle Córdoba...
Cada 18 de diciembre la fatalidad me acompaña en el asiento del acompañante en el auto y compartimos en silencio todos los viajes que haga ese día
Cuando las tipas empiezan a tapizar las veredas con su flores anaranjadas empieza mi calvario cíclico que termina el 18 de diciembre y sorprendentemente, como sucedió también hoy 18 de diciembre de 2007 las chicharras empiezan a cantar en Los Ranchos
FIN

Anónimo dijo...

MUY EMOTIVO EL RECUERDO DE TU ABUELO.COMO AMBAS SOLEMOS TRAER EL PASADO AL PRESENTE, TU COMENTARIO ME DISPARO UNA SERIE DE RECUERDOS DE OTROS TIEMPOS, ALGUNOS QUE ALCANZAMOS A VIVIR Y OTROS QUE NOS LLEGARON A TRAVES DE RELATOS.PENSE EN LA ARGENTINA QUE VIVIO TU ABUELO, DE ESPLENDOR, DE VIAJES A FRANCIA CON AMORES INCLUIDOS. Y EN LA ARGENTINA DE MIS ABUELOS INMIGRANTES SEMIANALFABETOS A LOS QUE ESTA TIERRA LES DIO LA GRAN OPORTUNIDAD.ME DIO POR RECORDAR LA ANECDOTA FAMILIAR DE CUANDO
VENDIERON TODO LO QUE TENIAN EN SANTA FE PARA COMPRAR UNA CASA EN ROSARIO ASI MI TIO PUDIA ESTUDIAR MEDICINA . PARA ELLOS EN EL TRABAJO Y EL ESTUDIO ESTABA LA LLAVE PARA PODER PROGRESAR.
Y BUENO, ASI ERA ANTES,UN TIEMPO QUE NO VOLVERA, PERO QUE INDUDABLEMENTE NOS HA MARCADO HONDAMENTE.
EN FIN,DISCULPA LA DISGRESION AL TEMA, PERO TENIA GANAS DE DECIRTE LO QUE ME HABIA PASADO CON TU ARTICULO.
BESOS.
ALICITAS

Anónimo dijo...

Gracias....
Que increible cómo nos podemos disparar a partir de simples palabras...
Que fuerte es esto de poder escribir... Cómo nos mete hacia adentro y fluyen recuerdos, imagenes, reflexiones...
Son positivas estas paraditas en medio de la atolondrada rutina...no???