RAICES
Yo no lo vi. Cuando volví a la ciudad su obra estaba
terminada. Sin demasiada ciencia su trabajo mostraba sus frutos.
Una limpieza al ras. Nada de tres o cuatro cm para permitir
un rápido rebrote. Su bordeadora había arrasado con todo lo que cubría las
raíces, que aparecían superando la superficie, mostrando que mi fresno macho ya
no era una hierba, sino un árbol bien formado y plantado.
Ese maquillaje verde que cubría el pequeño espacio de la
vereda ya no estaba, quizás sólo por un tiempo dejaran ver la base con la que
día a día convivían.
Esa raíz gruesa y firme, frente a la que me paré un tiempo a
observar en mi regreso apresurado, disparó mi frondosa imaginación.
Abrí la puerta sin alertar de mi presencia a quienes se
ocupaban de sus tareas cotidianas y el olor a los jazmines me invadió. Era el
olor a mi adolescencia, del tiempo en que esperaba con ansiedad que abriera la
primera flor antes de mi primer examen en el turno de noviembre. El primer
jazmín se había vuelto mi cábala. Era el tiempo en que mamá, de manera
impiadosa avanzaba sobre la planta para llenar, con sus flores, de fragancias la
casa. -Hoy corté veinticuatro – anunciaba, y se enorgullecía de la abundante
producción, en la que sólo había participado con algo de agua en las etapas
previas.
Encendí la luz, porque el sol me había deslumbrado y mis pupilas
demoraban en acomodarse. El brillo de esa araña antigua, tan resistida al
momento de encontrar un espacio en mi hogar, me presentó la sala grande de la
casa de los abuelos, que ya venía de una generación anterior probablemente
iluminando sólo un comedor.
Allí apareció la “sala de la virreina”, el espacio bautizado
bajo un humor jocoso en el siglo XXI, para describir la magnificencia del
mobiliario, casi imaginado en estos tiempos minimalistas en los que el confort
y la practicidad dominan la realidad.
Los sillones grandes, la mesa imponente, el espejo y sus
oros, me llevaron a la casona de la calle Córdoba, al hall de entrada, al
espacio vedado en épocas de limpieza profunda cuando el verano y el invierno se
anunciaban.
Avancé, salí de ese ambiente, llegué al espacio de todos los
días. Frente a la ventana que da al jardín me esperaba mi escritorio, la mesa
de los tallarines de mis abuelos maternos que empezó su deambular por
diferentes sitios porque nadie quería perderla, hasta que encontró su lugar
para seguir cerca, cargada de hermosos recuerdos en un nuevo rol probablemente
impensado en sus orígenes.
Mi mente viajaba, mis pensamientos recorrían espacios, se
encontraban con mi pasado, con momentos de dicha, con momentos de lágrimas. Mi
mente se iba lejos. Muy lejos.
-Mamá, ¿sos vos? ¿Volviste?
- Si soy yo, volví.
Volví, la obra estaba terminada, mis raíces gruesas y firmes
me sostenían, afloraban pero anclaban muy profundo en mi ser. Mis raíces afloraban
sin verdes en la superficie.
Sentí nostalgias. Sentí orgullo. Sentí fuerzas. Una sonrisa
me invadió. Mi jornada comenzaba.
myrtita