sábado, 28 de febrero de 2009

Historia PREocupada

Ante la sola mención de que algo va a acontecer, la cabeza nos comienza a trabajar.
La Preocupación se instala en las mentes, con ese PRE que antecede a la ocupación.
Esa antelación nos conlleva a tejer ideas y situaciones que se nutren y condimentan de y con la imaginación de cada uno.
Surgen historias fantásticas que aparejan los más diversos estados de ánimo. Alegrías, ansiedades, temores, desvelos.
Se forjan historias que la mayoría de las veces carecen de final, o mejor dicho historias en las que el final espera al desenlace real, cuando el PRE ya ha perimido.
- Vayan a caminar por la playa, mientras tanto yo voy haciendo algunas cositas.
No teníamos apuro, todo el día era para el relax, sin embargo en su mente la PREocupación ya estaba desatada.
Su mente aguardaba ansiosa el momento de tirar aquellos tarritos al agua, para atrapar pez que sería su trofeo.
Caminamos tranquilas, mientras él se dispuso a organizar algunas cositas en aras de su objetivo.
Con paciencia desarmó aquellas tripas frías que descansaban en el balde verde, y uno a uno fue encarnando los tarros. Se PREocupaba de algo, que tendría su razón de ser cuando los tarritos tocaran el agua.
Al finalizar la caminata, decidimos abordar nuevamente la Pity, cuando nos encontramos con esta delicada sorpresa.
Los tarritos, seguían ahí, en su caja, prolijamente ubicados, con la diferencia que sus anzuelitos ya no brillaban al sol, sino que lucían un perfecto tejido de tripas.
Sin manifestar nuestra opinión, ya que las órdenes del capitán no se discuten, soltamos amarras y nos hicimos nuevamente a las aguas.
El destino era la cancha de Bajada Grande, más allá de la desembocadura del Colastiné. El lugar más preciso para la pesca del momento.
Ahí el río tiraba, a pesar de la inusual bajante.
La PREocupación, era buena. Ahorraba tiempos. En la mente ya estaba la idea de la pesca, de su forma y todos los acontecimientos que aún no ocurrían ya estaban ahí, perfectamente organizados. Solo nos faltaba saber la cantidad y el tamaño de las presas que responderían a esas carnadas tan sabrosas y oportunamente armadas en la PREocupación.
Todo venía de perillas. El río estaba calmo, parecía una seda, o el aceite reposando en la olla antes de la fritura.
Cambiamos el rumbo, buscando el canal, ya que la bajante desdibujaba la tradicional carta de navegación.
El viento nos volaba la cabeza, el sol picaba. Todo era maravilloso.
A babor detectamos un crucerito, amarrado en las costas de un minúsculo banco de arena. Toda la tripulación descansaba sobre la arena, protegida por coloridas sombrillas. Realmente una postal, un deleite para la vista.
De repente la alerta. Aquel tronco que emergía era un claro indicador de que la profundidad era escasa.
No hubo tiempo, la Pity se varó. Quedamos sobre el lecho de arena cuan ballenas en la costa.
¡Qué grande el nuevo motor! ¡Qué fantástico el Power! ¡Qué fantástica aquella mezcla de arena y barro que nos atrapó!
¡Qué hermoso el crucerito amarrado en el banquito! ¡Qué hermosas las tripitas de la PREocupación, que desde los anzuelos comenzaban a chorrear!
¡Estábamos atrapados!!!!
La tripulación debía ordenarse.
El capitán solicitó los remos, para medir nuestra profundidad. Otra que sonda ecoica o cabos con escandallos. En la Pity la tripulación india, mide la profundidad con palos.
La respuesta a la medición dio media pala, es decir, varados hasta los ejes.
-A remar en dirección a la rama que emergía.
Fue la orden del capitán.
La coordinación de la tripulación, denotó al instante una falta total de experiencia.
La Pity como un trompo comenzó a girar sobre su eje.
Órdenes de marcha y contramarcha llenaron el aire.
Los vecinos del placentero banquito de arena, no parecían percibir la magnitud de nuestra catástrofe.
Las tripas seguían su cometido. La PREocupación daba frutos negativos.
-Al agua, es la única opción!
Fue la sugerencia de la primera grumete.
Así, mi amigueta y yo en una acción de arrojo, previa sacudida de las aguas para espantar las fieras del lecho nos lanzamos al río Paraná. La operación rescate Pity dependía de nosotras.
A orientar la proa y a empujar.
Nuestras fuerzas flaqueaban cuando las risas se escapaban involuntariamente.
-Vamos! A empujar!
Decía el capitán.
-¿Qué profundidad tenemos?
- Media pala. Sin variantes.
Los tarros dificultaban el abordaje, para cada medición.
Las tripas seguían su descongelamiento sin ningún tipo de consideración a nuestras narices.
- ¿Y ahora?
- Media pala. Sin variantes.
En un momento, sin darnos cuenta, el remo se sumergió en las aguas. La profundidad era óptima.
El Power nuevamente, el motor al agua.
Los tarros esperaban, las tripas estaban a punto.
Allá ibamos, a la cancha de Bajada.
Así aparece el desenlace de esta historia PREocupada, la de las tripas encarnadas PRE, con antelación, sin saber lo que nos deparaba el destino.
Un PRE que no controlamos, y que en el POST nos damos cuenta de lo saludable que hubiera sido poder evitarlo. ¿O no?
Myrtita

miércoles, 25 de febrero de 2009

Lapsus

¿Encontraron comentarios raros en los QQQ esta semana?
¿Una entrada descolgada que ya no está?
Les explico.
Lo que pasó es que los QQQ fueron a la escuela y participaron en una Discapacitación docente en la que Myrtita se puso al frente.
Los QQQ se desnudaron ante la audiencia.
Se mostraron impunemente, como ejemplo de lo que es, y de lo que no debe ser aunque puede ser.
Esto me valió hacerme acreedora de un carnet de insanía, y dejó planteada una duda existencial.
"- ¿Puede este SER estar al frente de un aula???"
¿Menuda disyuntiva, ¿no?
Más allá de esto, creo que la audiencia se fue del recinto, plenamente discapacitada para el uso de las TIC´s en la educación. ¡Misión cumplida! Pero además, creo que partieron con una ilusión.
La ilusión de convertirse en blogueros, para seducir en las aulas, con sus blogs, a esta nueva generación de palomitas blancas, que con el uso de las tecnologías nos viene corriendo una carrera casi insolente.
Adelante seguidores!!!
A no achicarse!!
El desafío es nuestro!
Myrtita

jueves, 19 de febrero de 2009

En busca de la identidad

Llegar temprano parecía la única manera de cumplir con esa obligación cívica de cambiar la foto en el documento. Renovar la tierna imagen de la niña de ocho años por esa de la vistosa adolescente de dieciséis.

Muñidas de casi todo lo solicitado en el instructivo de la web, la ilusión del trámite rápido nos movilizó.

Un contacto interno para corroborar que aquel papel, en el que constaba la llegada al mundo de María, escrito hace escasos ocho meses, seguía vigente y no era necesario ser parte de esa cola que doblaba la esquina bajo un sol que recién se levantaba estimulado por los 38°C que se anunciaban.

Rogando que el tono celeste del fondo de la nueva foto fuera aceptado, y que el papelito del banco no hubiera cambiado su valor por los movimientos del dólar y del euro, nos aventuramos a subir la escalera.

El cartel que anunciaba una nueva asamblea permanente a partir de las diez horas, nos aceleró.

Rápido, debíamos sortear la nueva cola que se armaba allá arriba, detrás de la puerta con un papel que decía en letras grandes "Para trámites, golpee, pase y cierre".

Sólo diez personas adelante nuestro era como un sueño, una utopía. Diez personas solamente, en una oficina espaciosa, con un aire acondicionado de cuatro módulos y cinco escritorios de atención al público, más allá de la mesa de entrada con las diez personas previas.

Con un gesto cordial, la recepcionista verificó los papeles.

La adrenalina que me generaba la idea de volver a empezar porque algo no estuviera bien, se manifestaba en mì con un sudor interno, con palpitaciones.

- Muy bien! Con el número veinte las van a llamar.

¡Aleluya! Un escollo menos. La identidad ya casi era nuestra.

Ese paraíso que se brindó como primera impresión al entrar, se fue desdibujando en minutos.

Una sensación de sopor me embargó.

Levanté mi vista hacia el monstruoso aparato del aire acondicionado buscando razones a mi malestar.

Descubrí que el aire que emanaba de él era tibio. Me acerqué tratando de que el vientito me volara el flequillo, y nada. Solo una bocanada de aire caliente me golpeó el rostro.

Seguí los rayos de sol que se dibujaban sobre el granito del piso, tratando de localizar su procedencia con la ilusión de un ventanal que trajera brisas nuevas al aire ya viciado.

Llegué al techo, bajé ligeramente el enfoque de mis ojos sobre la pared del frente y me topé con un ventiluz ciego, que solo dejaba pasar la luz, haciendo del recinto una verdadera burbuja hermética.

Empecé a pensar en la cantidad de humanos que me acompañaban en ese habitáculo cerrado y mi bienestar fue en picada.

- ¡Dieciséis!

Escuché a lo lejos.

Ya faltaba menos, solo cuatro documentos y la identidad sería nuestra.

La velocidad con que se desempeñaban los empleados en esos despojados escritorios, comenzó a crispar mi espíritu de buena ciudadana.

Descubrí una silla al fondo, y decidí sentarme ya que la marcha se anunciaba lenta.

Percibí a aquel chiquito de ocho años que dibujaba infructuosamente una firma en un papelito de prueba, antes de rotular su flamante documento y mi cabeza desembocó en la educación.

La escuela debería proponerles un dictado de firmas como preparación para este acto de civismo, tanto como para desatar sonrisas ante la imagen dulce del labrado y no rabia, ante el movimiento desenfrenado de las agujas del reloj que se llevaban mi preciado tiempo.

La limpieza de los dedos con aquella estopa negra, por el cúmulo de tinta de los ya identificados.

El ganchito que se acaba justo en el momento en que el trámite parecía terminar.

La recarga de la abrochadora detrás de aquel armario divisor de ambientes improvisados.

La hora del mate, con el desfile de termos con el agua a punto.

- ¡Veinte!

Desperté de mi ensueño, la identidad se hacía realidad.

En realidad ahora entiendo a ese trámite como el momento de la concepción, porque al trasponer nuevamente esa puerta en busca de la realidad, comienza una nueva etapa. La etapa de la gestación, que podrá durar seis, siete, nueve meses o quizás dos años, como la de los paquidermos.

En este lapso la personita se deberá guardar como indocumentada sin poder cruzar fronteras.

Cumplido ese tiempo sobrevendrá el alumbramiento, y ocurrirá el desenlace de esta historia que comenzò como una sencilla búsqueda de la identidad.

Myrtita

lunes, 16 de febrero de 2009

Un día de río en el Paraná

Pescamos con la Pity ¿si?

Que las disfruten, casi tanto como yo!!!



Myrtita





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domingo, 15 de febrero de 2009

Navegar en la Pity

Todavía me parece oír a Papá diciendo:
– Propongan nombres para la lancha, sino el que calla otorga.
Y otorgamos, nadie propuso, así nació Pity.
Un nombre intrascendente para la sociedad, pero que en la intimidad que hoy revelo me coloca a la altura de la reina Mary o Elizabeth con sus respectivos Queenes.
Pity fue bautizada en mi honor, aunque su capitán nunca hizo un manifiesto público y expreso de esta razón.
Pity fue una más que clara alusión a mi sobrenombre de la infancia y dejó en evidencia ese decir popular de que las nenas son de los papás.
¡Qué honor y que vergüenza!
La Pity es Pity por mí.
La Pity que no ostenta ni con su eslora, ni con la potencia de su motor, pero que se muestra airosa como el orgullo de su capitán.
La Pity que circula entre yates, veleros y potentes lanchas modernas, que se hizo a las aguas del Paraná y con su nuevo motor nos llevó a pasear por el río.
Pero tanto honor no es gratuito.
La Pity no es menos glamorosa que el Queen Elizabeth, el Queen Mary y tantos otros famosos, aunque diría que su glamour es un tanto más autóctono.
Subir a la Pity, significa aceptar las reglas del Capitán.
Compartir el espacio con una docena de tarros preparados para la pesca.
Aceptar ubicarse cerquita del balde verde que contiene la carnada indispensable para esta actividad. Tripas de sábalo, freezadas por años, que se van descongelando con el paso de las horas bajo los rayitos del sol.
Navegar en la Pity significa saciar la sed en esa lata de tomates, ligeramente herrumbrada, de bordes prolijamente suavizados que se llena con jugo de uvas destapado con ese tirabuzón prehistórico guardado en una bolsita de nylon.
Naufragar en la Pity demandaría aceptar colocarse esos salvavidas de corcho, de la época de la conquista, que descansan bajo la proa.
Navegar en la Pity es asumir roles protagónicos en soltar amarras, sondar la profundidad de las aguas con las palas de los remos, tirar el ancla, recoger el ancla, meterse al río, empujar la lancha desde abajo y oficiar de Moises para cerrar las aguas nuevamente después de vararnos en la arena y el lodo de las aguas poco profundas.
Es ayudar con la pesca, capturando el pez que hace bailar aquel tarro lejos, vigilar los tarros para que el río no los esconda, recoger los tarros ya sin carnadas.
Navegar en la Pity es disfrutar de la generosidad de las picadas de salame, queso y mortadela con galletas.
Es sentir que el río se regocija de su presencia, que el viento acaricia su paso, que el agua salpica las risas.
Es sentir el orgullo de ser descendiente de ese capitán sin vueltas, sencillo y auténtico, que contagia alegrías y que disfruta plenamente de este placer de hacer suyo el Paraná, simplemente navegando en la Pity.
Myrtita