domingo, 19 de junio de 2011

Segunda entrega

Sin palabras!!!!
Myrtita

La vieja Leduc

Hace mucho que no escribo, quizás sea porque desde hace un tiempo a esta fecha he dejado de escucharme. Hoy amanecí con mis cincuenta asumidos, en una mañana de sábado gris, con el firme propósito de hacerlo. Escucharme y escribir.

Tengo cincuenta.

La alegría de los festejos, la aceleración de los preparativos y la adrenalina vertida se van convirtiendo en anécdotas, mientras los cincuenta oros se incorporan a mi persona como fuerte testimonio de una vida vivida.

Quiero encontrar la punta del ovillo para desandar el camino, seguir un orden para expresarme pero escucho ruidos. No hay orden, ideas alborotadas aparecen sin sentido. Palabras claves que se juntan con mis gustos o aficiones. No veo la lógica ni entiendo el curso de mis palabras, pero me dejo llevar.

Allá a lo lejos aparece la imagen de mi papá con una cámara Leduc como regalo de cumpleaños.

No me acuerdo la edad, pero debo haber sido chica. ¿Menos de diez? Seguramente. Una cámara chiquita, nada profesional, con rollo, que me sorprendió con su llegada porque en aquella época no era algo de moda, ni algo usual para un regalo de niños.

Nunca me cuestioné el porqué de ese particular presente pero desde ese momento comencé a disparar flashes, a sacar fotos instantáneas, sin encuadres

y sin la ciencia del arte de la fotografía. La atracción sólo estaba en captar momentos.

Y crecí. Y vinieron otras cámaras a mi vida. Y seguí registrando etapas.

No hace demasiado tiempo, mi vocación por el clic del disparo resurgió con la fuerza de la digitalidad, sin las limitaciones del rollo y del costo del revelado que velo algunas etapas de mi vida gracias a nuestra inestable economía nacional.

Clic, clic, clic fue mi vida. Desde hace unos años mi cámara y yo conformamos un dúo indisoluble. No se separa de mí. A todas partes, siempre conmigo oculta en el desorden de mis bolsos sin bolsillo.

Mi vida ha quedado en fotos.

Porque la foto surge ahí, en el momento. En el instante no previsto, en el momento único e irrepetible. Deja plasmada una imagen que quizás, muchas veces, no muestra en definitiva lo que creímos ver en ese momento.

Retomo la figura de papá en un diálogo de adultos cuando sonríe al ver mi pasión por las fotos. Se remonta a aquel regalo sin lógica para mí y revela el misterio de su compra.

Una mañana, en su camino al hospital, escucha por radio que los niños que tenían una cámara aprendían, a través de la lente, a ver al mundo de otra forma. Quiso probarlo. Yo fui su conejo de indias.

Hoy a los cincuenta lo repienso y le doy la razón. El experimento dio resultado.

Las ideas sin coherencia en esta narración comienzan a tomar forma.

La vieja Leduc, allá lejos en el tiempo, sembró algo en mí.

Fui una de las niñas de esa teoría de que las cámaras dejan ver al mundo de otra forma.

La vieja Leduc me dejó ver la vida a través de una lente con la que fui construyendo mi mundo.

La vieja Leduc me dio un plus, un sentido más para descubrir cosas que no se ven a simple vista. Algo así como las cosas que encuentro en mis fotos cuando se las analizo tranquila lejos de ese clic que les dio origen.

La lente de mi vieja Leduc me enseñó discernir y a elegir. A descubrir valores, a encontrar afinidades, a acercarme a ellas, a crear un círculo de afectos, a atesorarlos.

La vieja Leduc me ayudó a construir amigos.

La vieja Leduc ya descansa conforme con su misión cumplida.

Mi camino sigue con ustedes mis amigos redescubriendo el mundo y de la mano de mi moderna Coolpix S8000.

Ya tengo cincuenta. ¡Juntos vamos por más!

El bonus de mis fotos hoy es para ustedes ....

Whisky y clic

Myrtita