miércoles, 31 de diciembre de 2014

sábado, 1 de noviembre de 2014

Raíces

RAICES
Yo no lo vi. Cuando volví a la ciudad su obra estaba terminada. Sin demasiada ciencia su trabajo mostraba sus frutos.
Una limpieza al ras. Nada de tres o cuatro cm para permitir un rápido rebrote. Su bordeadora había arrasado con todo lo que cubría las raíces, que aparecían superando la superficie, mostrando que mi fresno macho ya no era una hierba, sino un árbol bien formado y plantado.
Ese maquillaje verde que cubría el pequeño espacio de la vereda ya no estaba, quizás sólo por un tiempo dejaran ver la base con la que día a día convivían.
Esa raíz gruesa y firme, frente a la que me paré un tiempo a observar en mi regreso apresurado, disparó mi frondosa imaginación.
Abrí la puerta sin alertar de mi presencia a quienes se ocupaban de sus tareas cotidianas y el olor a los jazmines me invadió. Era el olor a mi adolescencia, del tiempo en que esperaba con ansiedad que abriera la primera flor antes de mi primer examen en el turno de noviembre. El primer jazmín se había vuelto mi cábala. Era el tiempo en que mamá, de manera impiadosa avanzaba sobre la planta para llenar, con sus flores, de fragancias la casa. -Hoy corté veinticuatro – anunciaba, y se enorgullecía de la abundante producción, en la que sólo había participado con algo de agua en las etapas previas.
Encendí la luz, porque el sol me había deslumbrado y mis pupilas demoraban en acomodarse. El brillo de esa araña antigua, tan resistida al momento de encontrar un espacio en mi hogar, me presentó la sala grande de la casa de los abuelos, que ya venía de una generación anterior probablemente iluminando sólo un comedor.
Allí apareció la “sala de la virreina”, el espacio bautizado bajo un humor jocoso en el siglo XXI, para describir la magnificencia del mobiliario, casi imaginado en estos tiempos minimalistas en los que el confort y la practicidad dominan la realidad.
Los sillones grandes, la mesa imponente, el espejo y sus oros, me llevaron a la casona de la calle Córdoba, al hall de entrada, al espacio vedado en épocas de limpieza profunda cuando el verano y el invierno se anunciaban.
Avancé, salí de ese ambiente, llegué al espacio de todos los días. Frente a la ventana que da al jardín me esperaba mi escritorio, la mesa de los tallarines de mis abuelos maternos que empezó su deambular por diferentes sitios porque nadie quería perderla, hasta que encontró su lugar para seguir cerca, cargada de hermosos recuerdos en un nuevo rol probablemente impensado en sus orígenes.
Mi mente viajaba, mis pensamientos recorrían espacios, se encontraban con mi pasado, con momentos de dicha, con momentos de lágrimas. Mi mente se iba lejos. Muy lejos.
-Mamá, ¿sos vos? ¿Volviste?
- Si soy yo, volví.
Volví, la obra estaba terminada, mis raíces gruesas y firmes me sostenían, afloraban pero anclaban muy profundo en mi ser. Mis raíces afloraban sin verdes en la superficie.

Sentí nostalgias. Sentí orgullo. Sentí fuerzas. Una sonrisa me invadió. Mi jornada comenzaba.
myrtita

martes, 4 de febrero de 2014

Una nueva etapa

Los comienzos pueden ser complicados, pero el camino se allana cuando no se recorre en soledad.



myrtita