sábado, 25 de julio de 2009

BA porcina

¿Cómo no comenzar las vacaciones con una de esas escapaditas a la Capital con mi amigueta, mi incondicional coequiper?

En contra del mundo, de los noticieros y de todos los medios que hacían explotar las cabezas y cundir el pánico augurando la peste, partimos.

Sin quedarnos con lo que se dice, quisimos hacer nuestra propia experiencia.

Eso sí, con dos litros de alcohol, por las dudas, en la cartera, pero alcohol puro, nada de ese gel que compran los responsables, vaciando góndolas y anaqueles, partimos en un ejecutivo con la intención de encontrar, en la gran urbe, un chancho engripado, uno de esos de los que tanto se hablaba.

Ya en nuestro destino, en aras de ese objetivo, nos dedicamos a caminar, caminar y caminar, pero como no se nos dio, no tuvimos más remedio que dedicarnos a comprar, comprar y comprar...

Buscamos chanchos en el teatro, desde la última fila en una sala llena. Pero cómo no aparecieron, ahí nomás me dormí, esperando Agosto, presa del cansancio del día agitado.

Los buscamos en el cine, y le pedimos ayuda a Felicitas,y a pesar de que la sala estaba poco poblada, nada.

Los buscamos con sol, con calor, comiendo a la intemperie, pero no aparecieron.

Por la lluvia, pensamos que un gran shopping era el lugar adecuado para hallarlos. Y nada.

Frustradas en el objetivo principal, nos reconfortamos con haber podido encontrar un objetivo alternativo: los paquetes.

Muchos paquetes, pero paquetes sólo con cosas, cuyos nombres comenzaran con C, para ser coherentes con nuestro propósito inicial los Chanchos, que también comienzan con C. Por eso, llenamos los paquetes con carteras, camisas, camperas, cueros, cucharas, chocolates.

Después de un par de días, volvimos a Paraná dejando en la capital la lluvia y el frío.

Según trascendidos mediáticos, los chanchos se habían decidido a salir, tras nuestra partida. Así fue que para prevenirse cerraron los teatros, los cines, las escuelas…

Fue una gran medida, pero como ya contara en la estadía, no pude registrarlos con mi cámara ni tampoco vi sus imágenes en la tele, en medio de tantas vacaciones.

Tampoco use el alcohol, que regresó intacto, como lastre en la cartera, después de haber descansado en la mesa de luz, velando mis sueños.

Al regreso todo seguía igual. Los temores fundados o infundados no habían desaparecido de la sociedad.

La tele seguía enseñando a lavarse las manos.

La Chiqui seguía frotando las palmas de sus invitados con el gel de alcohol antes de sus almuerzos.

Hoy escribo. El alcohol descansa sobre mi mesa mientras relato mi escapada.

¿Cómo concluyo?

PREVENCIÓN si, PSICOSIS no!

…Y si la vida te da una oportunidad… NO TE LA PIERDAS… ¡Solo se vive una vez!


¡Ah! Les dejo unas fotitos y entre ellas algunos personajes que me pegaron, creo que más que los mismos chanchos.



Queda en los comentarios la opción del registro para escapadas.

Derecho a admisión reservado.

Myrtita y Ale

Una dupla de Valientes Irresponsables

jueves, 16 de julio de 2009

Sólo para escuchar...



Myrtita

Instinto

Allá en lo alto del árbol, escondido entre las verdes y brillantes hojas de la primavera lo habían emplazado, en el hueco que formaban las gruesas ramas. De arquitectura sencilla, construido con esfuerzo y paciencia, en un proyecto de familia.

Los agudos chillidos y el revoloteo de las crías indicaban que el tiempo de la pasión, de los huevos empollados, del cuidado permanente había pasado.

Las idas y vueltas en busca de alimento trazaban líneas en el celeste del cielo.

Nada presagiaba la tormenta. La primavera teñía de ilusiones su existencia, dando paso al cálido verano que los encontraría listos para volar.

De repente el cielo se cubrió de negro, y sin anunciarse, la tormenta se hizo dueña de la apacible tarde.

El viento comenzó a soplar, sacudiendo las ramas de manera implacable.

La rugosidad de la corteza, signo ostentoso del vigor de las ramas, se transformaba, ante la furia de las ráfagas, en una frágil epidermis como aquella que recubre las hierbas más tiernas.

El nido, se convertía en una frágil nave, al albedrío de la adversidad. Resistió, resistió lo imposible, hasta que un remolino lo envolvió, lanzándolo al juego del destino.

Aquel perro vagabundo, dueño de las calles del barrio, no era ajeno a los caprichos de la tormenta. La calle era su hogar. Los zaguanes eran su refugio. Era de todos, pero no era de nadie.

Buscaba protección cuando en aquel paso, lo descubrió. Caído del nido, con las alas empapadas. Con la guardia baja.

Lo observó con sigilo, agazapado, sin dar pasos, a la distancia.

El pichón daba vueltas. No encontraba el rumbo. La calle no era su nido.

El perro, no cesaba de estudiarlo. Las plumas lo atraían sobremanera. Su instinto lo guiaba.

Dio vueltas y vueltas, sin acercarse. Analizó todos los ángulos, hasta que consideró que ya era el momento. Sin más salió de la sombra y se abalanzó sobre el pichón, que no atinó a defenderse.

Lo tuvo en su boca, lo zamarreó, hincó sus dientes en el pecho aunque sin provocarle la muerte.

Lo lanzó al aire, lo corrió con su pata. De un lado al otro.

El pichón era su juguete. Su instinto se lo indicaba.

El pichón quedó inerte. El juego cesó. Ese manojo de plumas mojadas que ya no le era apetecible, quedó ahí, en el cordón de la vereda, mientras siguió con su paso firme, en busca del zaguán que lo defendería del agua, que en medio de la tormenta, ganaba fuerzas y lo golpeaba.

Con las primeras luces del día, las nubes desaparecieron como vergonzosas de haber sido testigo del episodio.

Ese manojo de plumas yacía ahí, al costado del cordón de la vereda. Inerte, pero vivo.

Sus alas le pesaban, estaban mojadas. No podía con ellas. El peso de la noche aún adolecía en su frágil físico.

Un revoltijo de pajas y hojas desparramadas en la calzada era lo que quedaba de aquel nido emplazado en las fuertes ramas del árbol.

En un abrir y cerrar de ojos la vida cambió. No había vuelta. La realidad era otra.

Pero el sol salió y secó sus plumas. Las horas pasaron y mitigaron su dolor, y aquellas líneas dibujadas en las idas y vueltas de su vida, resurgieron en el celeste del cielo, marcando un norte para una nueva esperanza de vida.

Myrtita