viernes, 27 de enero de 2012

Capitulo 9 Sweet news

Nunca había oído hablar de Chivilcoy hasta aquella tarde en que Don Bonel anunció su partida. La semana próxima se iría de viaje por, al menos, dos semanas a visitar a su hermano.
Hasta entonces tampoco habíamos hablado de familia, de hermanos, ni de hermanas, así como tampoco de cuñadas. Ocho hermanos se filtraron en una charla vespertina y a uno de esos sobrevivientes le había prometido la visita.
Con muchas recomendaciones de ambas partes se produjo nuestra primera separación.
Quince días no son nada pensados en relación a la duración de una vida, pero quince días pueden ser mucho cuando la rutina se altera.
Fue partir Bonel para que acontecimientos imprevisibles se desencadenaran. De lágrimas y de alegrías.
Habían pasado tres días, era sábado, cuando Raúl, el hermano mayor de papá de manera súbita  y totalmente impensada se fue para siempre. Mi tío cercano, compañero, con el que disfrutábamos lecturas, charlas, momentos y fines de semanas familiares en el campo se fue.
En esa época mi  principal actividad profesional estaba en el campo.
Con su ausencia definitiva, volver a Los Ranchos, un espacio tantas veces compartido se me hacía un mundo. Una barrera difícil de traspasar sin ayuda. No podía volver sola.
La solución estaba en volver en familia. Acompañada. Contenida.
Por eso en solidaridad mis padres planificaron una ida en familia con el mas que tradicional  asado dominical.
El asado había dejado de ser una de esas comidas frecuentes en mi nueva vida de casada moradora de un minúsculo departamento. Sin parrilla ni parrillero el asado se había convertido en un apetecible y cotizado manjar. Pagaba porque me invitaran a comer uno.
Tomando coraje y con la idea del asado de por medio aquel domingo partimos rumbo a los Ranchos. El asado cobraría un especial protagonismo. Chorizos, morcillas, costillas. Todo lo que más me gustaba iba a estar ahí y en abundancia.
El retorno al espacio compartido se dio de forma natural, despejando los fantasmas tan pensados.
El fuego doró la carne y cuando estuvo a punto la mesa nos convocó.
Fue en ese preciso momento que una cosa extraña sucedió.
En el momento en que el largo tenedor del asador depositó la primera ronda de carne en mi plato, algo en mi interior se retorció. El asco se instaló en mi  cara.
Intenté disimular mi estado, pero no pasó demasiado inadvertido. Mi gran ilusión y ansiedad se convirtieron en un “No gracias” cuando se ofreció la segunda pasada.
- ¡Yo lavo los platos! dije a viva voz cuando terminamos de almorzar.
Aunque parezca increíble, el lavar los platos y devolver el orden a la alterada cocina rural, era una satisfacción grande que me gustaba darme.
Levantaron la mesa y mientras la pila de platos con restos de asado comenzó a crecer a mi lado, la descompostura y el asco se apoderaron de mí con todas sus fuerzas.
Intenté disimular mi estado y haciendo de tripas corazón terminé con la faraónica tarea que solita me había asignado.
La jornada siguió con rondas de mates y facturas, charlas y algarabía.
Volvimos a la ciudad renovados para empezar la semana dos de aquella separación con Bonel.
El trabajo, el trajín de todos los días se apoderó de nosotros. Las comidas rápidas eran a veces un  mal necesario. Un bife vuelta y vuelta, con un tomate, era la salvación ante un reloj que no daba treguas.
Sin embargo, aquel mediodía, el bife vuelta y vuelta me dio vuelta a mí.
Esta reiterada sensación de malestar comenzó a preocuparme. No al asado, no a los bifes y no a una regla que por el vértigo de las jornadas y el estrés pasado parecía olvidarse de llegar.
Algo inusual estaba ocurriendo en mí. Algo no andaba bien.
Por buena hija de médico nunca tuve un médico y como la situación no se revertía decidí consultar a mi papá doctor.
- Creo que te convendría ver a un ginecólogo - fue la recomendación instantánea.
- ¿Un ginecólogo? … ¡Un ginecólogo!
Me preparé para aquella visita de manera impecable. Mi mejor cara y mi mejor ropa interior preparada especialmente para esa ocasión, que dicho sea de paso, nunca fue vista ya que resuenan las palabras del prestigioso profesional diciendo:
- Pasá detrás del biombo y sacate la bombachita!!!
¡Qué bochorno! Y en no más de cinco minutos me sugirió que empezara a tejer.
Mi primer hijo estaba en camino. Agustín. Agustín que fue Agustín desde el primer momento sin que se me cruzara la más remota posibilidad de algo diferente.
Desbordada por la  alegría de la noticia los días corrieron y el regreso de Bonel se me hizo temprano.
Ya lo extrañaba. Mi ansiedad crecía pensando en el reencuentro con tantas nuevas.
¿Cómo darle la noticia? ¿Esperar el encuentro y contarle? ¿Sorprenderlo de otra manera?
Pensaba en la forma más linda de darle la primicia.
Después de muchas vueltas lo decidí: un cartel grande pegado en su puerta “BIENVENIDO!!!” y un chupete celeste en el picaporte para cuando llegara. Nada más.
El colectivo arribaría al alba y la noticia lo esperaría ahí.
Amanecí. Lo primero del día sería ir a buscarlo para darle el beso de bienvenida  y ver la impresión de la sorpresa.
Pero la  sorpresa fue mía cuando al abrir mi puerta encontré un paquetito colgando del picaporte con una tarjeta que decía ¡BIENVENIDO! Contenía los primeros escarpines celestes para mi bebé. 

Una escapada a Los Ranchos

Para los que los compartieron que me piden.
Para los que no estaban que les gustaría ver.
Una pequeña selección de momentos con un clic.

Myrtita

lunes, 2 de enero de 2012

20 12

En son de paz,
bregando por su integridad
deseo un
myrtita