domingo, 27 de noviembre de 2011

Sí.... Puedo!!!!! Puedo???

Lo encontré en un Facebook que no me gusta, pero que a veces... es re lindo!
Myrtita

sábado, 12 de noviembre de 2011

Mi muro verde vivo

¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que los tachos de pintura, la brocha y la escalera habían abandonado el pasillo que conduce al jardín tras dejar las paredes limpias y luminosas? No lo recuerdo, pero tengo la certeza de que no había sido mucho cuando un tímido vástago se estiró sobre la pared limpia y luminosa invadiendo mi propiedad. Provenía del estrecho y largo pasillo del vecino. Mi espíritu prolijito tembló al descubrirlo agarrado con fuerza a mi pared que estrenaba la pintura.

¿Cortarlo de cuajo? ¿No dejarlo avanzar? ¿O hacer la vista gorda y permitirle entrar y crecer libremente?

La curiosidad primó. La intriga de su forma, el querer saber hacia dónde se iba a dirigir y la velocidad con que crecería, evitaron el corte drástico y terminante.

Al evaluar las consecuencias de esa licencia consideré que el daño no sería grande y probablemente tampoco su permanencia fuera prolongada ya que la pared estaba recién pintada y había que protegerla.

Día a día abría la puerta al jardín para descubrir su avance sobre la pared limpia y luminosa. Día a día lo veía crecer en la más plena libertad, bajaba, subía y hasta doblaba superando el ancho del pasillo para tapizar otros muros. Con esos avances me fui haciendo, poco a poco, a la idea de que mi pared se fuera convirtiendo en una pared de esas casas victorianas con muros vestidos. Poco a poco me fui imaginando la posibilidad de abrir la ventana que da al pasillo y enfrentarme al verde, a una pared viva, al cambio de paisaje con el cambio del color de las hojas en las diferentes estaciones, ya que la morfología del vástago intrusado había quedado al descubierto demostrando que era una parra de la virgen, de hojas caducas que incluía un intenso color ocre en el otoño antes de caer.

Ya no me importaban las alimañas que podrían resguardarse en ella. Tampoco me importaba la suciedad que provocaría la caída de sus hojas con el frío del invierno. Casi me sentía la reina Victoria en su palacio de paredes verdes tapizadas de vida.

La parrita crecía sin límites ni caminos forzados. Las guías hacia la pared principal se mostraban perezosas ante mi ansiedad. Las guías que se disparaban hacia lo alto corrían día a día con pasos agigantados y se entrecruzaban sin ninguna lógica.

El otoño me sorprendió sin que las hojas llegaran al destello del rojo violento.

El invierno se llevó sus hojas que barrí pacientemente.

El estallido de su porte se daría con la energía de la primavera y con buenas lluvias, en el verano mi ilusión del muro vestido sería realidad.

En cada camino buscaba paredes con hojas, buscaba la imagen que sería mía en un tiempo cercano, la casa victoriana, de paredes vivas. Plenamente convencida de que eso era una meta aún con la idea de convivir con alimañas colonizadoras del muro.

Aquel día volví de noche. Era parte de mi rutina cerrar la puerta del pasillo.

Una guía con hojas apareció en el marco de la puerta como intentando filtrarse al interior del living. Con ese indicio entendí que la invasión tomaba demasiadas alas para mi gusto, pero era de noche y estaba cansada. La corrí lo suficiente como para poder cerrar y cuando la luz del día me permitiera ver más claramente su situación tomaría una decisión drástica o acotaría su libertad conduciéndola hacia la otra pared.

Amaneció. El abrir la puerta del pasillo estaba entre mis tareas matinales.

Hojas en el suelo no se condecían con la estación del año. Era primavera. Levanté la vista buscando el verde de las hojas en mi pared con vida y mi ilusión se desvaneció. Hojas agónicas colgaban de las paredes. Hojas mustias tapizaban el suelo. Mi pared victoriana estaba más muerta que la reina. Mi coronación se frustró abruptamente. Las tijeras de la poda habían triunfado.

La invasión vecinal había terminado.

Las paredes limpias y brillantes retomaban el color del látex pero con las huellas marcadas de un sueño arraigado que despertó antes de ser mi muro verde vivo.

Myrtita

Un poquito más de río

Myrtita

viernes, 11 de noviembre de 2011

Uno, dos, tres y cuatro!!!

- El jueves nos vamos. Nos organizamos temprano y salimos.
Era el día de madres cuando el programa quedó armado, con la consistencia de lo indisoluble, sin embargo el miércoles comenzaron llamadas cruzadas que frustraron el propósito.
Transcurrió otra semana y al miércoles siguiente, - Ya está todo comprado para salir, la nafta, las tripas, y el - …pero ¡nos vamos de viaje! frustró por segunda vez el intento.
- La semana próxima desde ya queda en pie el compromiso. El próximo jueves sí o sí salimos, salvo que caigan rayos y centellas obviamente.
Pronóstico de por medio al tercer jueves una parte de la tripulación abordó temprano la lancha que dormía desde hacía dos años, sin que nos hubiéramos dado cuenta de que los días y los años habían pasado tan pronto.
Como tercera integrante, en carácter de navegante sin caña, me sumaría a la aventura después del mediodía, al terminar mis tareas. La ansiedad se apoderaba de mí con el paso de las horas. El río me esperaba y en un rato más lo estaría navegando. De repente el celular, camuflado en el bolsillo trasero de mi jean, empezó a vibrar anunciando una llamada. Eran novedades.- No arrancó. Programa suspendido. Nos vemos en casa.
Todos los astros se alineaban para que nuestra salida fuera un no rotundo.
Perseverantes con la idea de reflotar la embarcación, volvimos a decir:-El próximo jueves sí o sí salimos.
La mirada día a día del pronóstico nos mostraba que a medida que se acercaba el jueves aumentaban las probabilidades de lluvias y tormentas para el miércoles pero esta situación se revertía plenamente para el jueves convenido.
Ya sin demasiadas esperanzas dejamos correr los días hasta que el jueves llegó.
Cenizas volcánicas causando inconvenientes en el tráfico aéreo, fue la noticia del despertar, pero esas noticias no hacían alusión a la náutica. El sol hacía su aparición en un cielo diáfano y celeste sin nubes en el horizonte y con batería nueva las condiciones estaban dadas para la definitiva concreción de la esperada salida en lancha.
A las nueve de la mañana se autoconvocaron el capitán y su grumete para la prueba fatídica del arranque. La estrella del Paraná se sumaría pasado el mediodía para levar anclas con destino a aguas arriba.
Nada faltaba en la organización. Los dos bidones con nafta, el protector solar, los gorros, la milanesa picada, el queso sardo, las malteadas, el agua fresca, los jarros una tradición resguardada en la lancha desde que nació, el tintillo añejado a bordo desde hace no sé cuánto tiempo.
Afortunadamente el celular este jueves no vibró con noticias no deseadas y rozando las dos de la tarde arribé al muelle adonde aguardaban mi presencia.
Cuando me uní a la tripulación, a la vista había indicios de que algunos detalles no habían funcionado del todo bien en la previa. Rodillas ardientes, orejas coloradas, cabeza con poco pelo super expuesta al sol daban lugar al diálogo para dejar sentadas las razones de estos efectos.
El viento, un factor casi no considerado a la hora de la salida, con su fuerza y las olas que provocaba, estuvo al límite de ser el motivo de una nueva suspensión y en las palabras apareció como el responsable de haber solapado al sol mientras quemaba sin piedad y de la pérdida irreparable del sombrero del capitán.
A pesar de esos detalles finalmente partimos con nuevos gorros y una nueva pasada de protector solar. La situación del viento ya no era tan crítica como lo había sido en la incursión de prueba de motor de la mañana, por lo que a buena marcha arribamos al arroyo La conchilla sin mayores sobresaltos.
Amarramos sobre una margen. Encontramos cerdos. Nos mudamos a la otra costa por falta de pique y comenzó la pesca sin tregua aunque de piezas chicas que volvían al agua para seguir creciendo.
Sol, almuerzo, pesca, música y paz.
Levantamos campamento. Guardamos las cañas y una vueltita nos bastó para apreciar los cambios del río con los relatos de nuestro capitán, un viejo lobo de río, tal como se suele llamar a sí mismo. Una vueltita por los brazos del Paraná para deleitarnos con su magnificencia, disfrutar de las aves que avistaban sus presas en vuelos rasantes, pescadores en canoas con sus redes y espineles pescadores en sus ranchos con el saludo pronto ante el paso de las embarcaciones.
Cuatro jueves fueron necesarios para esta tarde de dicha, en la que la estrella del Paraná vencida por la incompetencia de su mojarrero se dedicó a dejar registros, con su cámara, de la suerte del pescador principiante y de la experiencia del viejo lobo del río.
Tres generaciones. Un espacio acotado, la lancha. Un espacio amplio y maravilloso, el río. Una alegría infinita la de poder compartir con un padre y un hijo.



Myrtita