viernes, 11 de noviembre de 2011

Uno, dos, tres y cuatro!!!

- El jueves nos vamos. Nos organizamos temprano y salimos.
Era el día de madres cuando el programa quedó armado, con la consistencia de lo indisoluble, sin embargo el miércoles comenzaron llamadas cruzadas que frustraron el propósito.
Transcurrió otra semana y al miércoles siguiente, - Ya está todo comprado para salir, la nafta, las tripas, y el - …pero ¡nos vamos de viaje! frustró por segunda vez el intento.
- La semana próxima desde ya queda en pie el compromiso. El próximo jueves sí o sí salimos, salvo que caigan rayos y centellas obviamente.
Pronóstico de por medio al tercer jueves una parte de la tripulación abordó temprano la lancha que dormía desde hacía dos años, sin que nos hubiéramos dado cuenta de que los días y los años habían pasado tan pronto.
Como tercera integrante, en carácter de navegante sin caña, me sumaría a la aventura después del mediodía, al terminar mis tareas. La ansiedad se apoderaba de mí con el paso de las horas. El río me esperaba y en un rato más lo estaría navegando. De repente el celular, camuflado en el bolsillo trasero de mi jean, empezó a vibrar anunciando una llamada. Eran novedades.- No arrancó. Programa suspendido. Nos vemos en casa.
Todos los astros se alineaban para que nuestra salida fuera un no rotundo.
Perseverantes con la idea de reflotar la embarcación, volvimos a decir:-El próximo jueves sí o sí salimos.
La mirada día a día del pronóstico nos mostraba que a medida que se acercaba el jueves aumentaban las probabilidades de lluvias y tormentas para el miércoles pero esta situación se revertía plenamente para el jueves convenido.
Ya sin demasiadas esperanzas dejamos correr los días hasta que el jueves llegó.
Cenizas volcánicas causando inconvenientes en el tráfico aéreo, fue la noticia del despertar, pero esas noticias no hacían alusión a la náutica. El sol hacía su aparición en un cielo diáfano y celeste sin nubes en el horizonte y con batería nueva las condiciones estaban dadas para la definitiva concreción de la esperada salida en lancha.
A las nueve de la mañana se autoconvocaron el capitán y su grumete para la prueba fatídica del arranque. La estrella del Paraná se sumaría pasado el mediodía para levar anclas con destino a aguas arriba.
Nada faltaba en la organización. Los dos bidones con nafta, el protector solar, los gorros, la milanesa picada, el queso sardo, las malteadas, el agua fresca, los jarros una tradición resguardada en la lancha desde que nació, el tintillo añejado a bordo desde hace no sé cuánto tiempo.
Afortunadamente el celular este jueves no vibró con noticias no deseadas y rozando las dos de la tarde arribé al muelle adonde aguardaban mi presencia.
Cuando me uní a la tripulación, a la vista había indicios de que algunos detalles no habían funcionado del todo bien en la previa. Rodillas ardientes, orejas coloradas, cabeza con poco pelo super expuesta al sol daban lugar al diálogo para dejar sentadas las razones de estos efectos.
El viento, un factor casi no considerado a la hora de la salida, con su fuerza y las olas que provocaba, estuvo al límite de ser el motivo de una nueva suspensión y en las palabras apareció como el responsable de haber solapado al sol mientras quemaba sin piedad y de la pérdida irreparable del sombrero del capitán.
A pesar de esos detalles finalmente partimos con nuevos gorros y una nueva pasada de protector solar. La situación del viento ya no era tan crítica como lo había sido en la incursión de prueba de motor de la mañana, por lo que a buena marcha arribamos al arroyo La conchilla sin mayores sobresaltos.
Amarramos sobre una margen. Encontramos cerdos. Nos mudamos a la otra costa por falta de pique y comenzó la pesca sin tregua aunque de piezas chicas que volvían al agua para seguir creciendo.
Sol, almuerzo, pesca, música y paz.
Levantamos campamento. Guardamos las cañas y una vueltita nos bastó para apreciar los cambios del río con los relatos de nuestro capitán, un viejo lobo de río, tal como se suele llamar a sí mismo. Una vueltita por los brazos del Paraná para deleitarnos con su magnificencia, disfrutar de las aves que avistaban sus presas en vuelos rasantes, pescadores en canoas con sus redes y espineles pescadores en sus ranchos con el saludo pronto ante el paso de las embarcaciones.
Cuatro jueves fueron necesarios para esta tarde de dicha, en la que la estrella del Paraná vencida por la incompetencia de su mojarrero se dedicó a dejar registros, con su cámara, de la suerte del pescador principiante y de la experiencia del viejo lobo del río.
Tres generaciones. Un espacio acotado, la lancha. Un espacio amplio y maravilloso, el río. Una alegría infinita la de poder compartir con un padre y un hijo.



Myrtita

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