martes, 29 de abril de 2008

En la esquina, por favor...

Cruzar el charco, para llegar a la otra orilla del Paraná, era a mi persona, lo que al campesino, de tierra adentro puede resultarle llegar a oriente, todo un desafío.
Cruzar el charco era algo esporádico, algo que se programaba con tiempo. Ir a Santa Fe era un evento especial.
De repente, cruzar el charco, se convirtió en mi vida en algo así como ir a dar una vuelta a la manzana.
Esto suena sencillo, sumamente natural, sin ninguna novedad, ni despierta el más mínimo interés…. Pero el encanto aparece cuando decido la forma de hacerlo.
El colectivo sería mi nave.
Una parada cercana a la ida, una parada cercana para la vuelta. Una buena frecuencia de horarios. Un costo más que adecuado.
Media hora, cuarenta minutos quizás para el relax, la distensión, mientras era conducida.
Todo parecía ideal.
Así me preparé para el primer día, que resultó paradisíaco, probablemente por mi ansiedad, mi buena onda, las perspectivas del comienzo de algo que aparecía como un nuevo desafío.
La primera vez me dediqué a analizar las circunstancias, el perfil de mis prójimos, estudiar las paradas, los paisajes, hitos en la ruta, intervalos de tiempo… TODO…
Todo era nuevo, y tenía el encanto de lo nuevo, lo desconocido.
La nueva práctica aparecía como la opción recomendada…
El coche llegó a horario, pagué, y me senté adelante, en una posición ideal para mi rol de espectadora crítica.
La juventud comenzó a inundar el acotado espacio de viajeros…. Carpetas, tableros de dibujo, libros y mochilas… Universitarios en un 90%, el otro 10% vendedores ambulantes que con sus plantas y plumeros se abrían paso en el estrecho pasillo y algún viajero ocasional que obligaba al chofer a cambiar el talonario de los tres pesos, establecido como un privilegio para la educación, por uno con sesenta y cinco centavos más caros destinado al pueblo…
Parada tras parada se repetían estos perfiles… Un saludo corto al chofer, y el paso hacia el fondo. Un fondo que parecía no tener fondo, un recinto que a pesar de los fierros que lo constituían se flexibilizaba y se expandía como globo con helio…
¿Cantidad de pasajeros? Casi diría infinita…
¿Y el seguro? Vale el boleto… eso sí, si no se moja al caernos al agua…
En mi segundo viaje, apareció una segunda variable de análisis.
La temperatura. Y, con la certeza que me proporciona la experiencia, puedo asegurar que este parámetro no está aún bien ajustado por las empresas que nos cruzan.
La que me lleva a la siesta, cierra sus puertas y sus ventanas. El río se disfruta a través de paños fijos, que dejan filtrar rayitos de sol, con todo su calor.
Nunca entré a un sauna, porque creía que no lo podía soportar. Hoy ya no estoy tan segura, porque creo que este medio reproduce perfectamente las condiciones del spa. El efecto sauna aumenta con el correr de los kilómetros. La transpiración, comienza a deslizarse por la espalda, dejando una evidencia cuando llega al límite inferior. La frente se moja, los labios se secan…Efecto Sahara… con el agua detrás del vidrio… refrescante… inaccesible…y el fresco idealizado en el suave movimiento de las hojas que dejamos a la vera del camino.
La empresa que me trae a la noche, también cierra sus puertas y ventanas, pero esta vez con el fin de evitar que el frío de su potente aire acondicionado escape al exterior tratando de fundirse con el descenso de temperatura producido naturalmente por la escondida del sol. Ninguna camperita de estación, léase hilo, es suficiente para evitar el efecto glaciación, solo superado cuando anuncian, a Dios gracias la parada final.
La variable horarios la tienen ajustada. Son infalibles… para mi pesar, cuando desde lo alto del puente peatonal veo la casilla atestada de personas, que despiden con sus manos las dos unidades enviadas en ese horario y ya atiborradas de pasajeros sin posibilidades de portarlos.
Veinte minutos más tarde, la situación se repite, pero analizándola desde el llano, la óptica cambia.
Se forma una cola, una cola larga, que crece y crece con el paso de los minutos de la espera. Que crece de manera ordenada, pero que abandona su razón de ser en el momento en que se vislumbra la imagen del móvil, a lo lejos, en la ruta.
El primer día, me alisté en la larga cola, pensando que el respeto del orden de llegada sería la forma natural de acceder al regreso…
Ingenua… boba… Nada de eso…. Cuando los más avistados descubren a lo lejos el perfil del colectivo avanzan… empujan…pisan… lo único que vale es subir….
Las posiciones se pierden, y toma vigencia eso de que los últimos seremos los primeros….
Todos empujan, arremeten con tal de entrar. La ley de la jungla impera. Una ley que me subleva, pero a la que debí sucumbir para no quedar de seña .
Siguiendo con mi análisis puedo concluir, sin temor a equivocarme que para subir a un cole hacia la otra orilla se necesitan tres cosas: plata para el pasaje, un teléfono celular y un aparato para enchufarse en las orejas que le permite al pasajero abstraerse de la realidad y sumergirse en la música hacia el interior.
Mi primer día lo observé… en mi segundo día lo adopté… no podía quedar out…
Hoy creo que es una forma de sobrevivir a las condiciones que se generan con multitudes encastradas en espacios reducidos… sentados, casi sepultados por el equipaje de los que viajan parados desafiando al principio de inercia ante cada frenada, con altas temperaturas, casi apesebrados, con bajas temperaturas, casi congelados…
Tonos, ring tones le llaman. De todo tipo, tradicionales, originales… Cada uno sumido en comunicaciones distantes, que los separan de los que están cerca. Nadie se mete con nadie. Cada uno en su mundo de comunicación y tecnología…
Cierro los ojos y siento. La música. La paz de un mundo interior con la música de mi aparato de orejas que me envuelve y me adormece hasta que el golpe involuntario del que se abre paso desde el fondo sin fondo para bajar me despierta volviéndome a la realidad de que esa parada es mi parada.
Intento avanzar y llego a la puerta… y me sale…. ¡En la esquina por favor!

Myrtita

sábado, 19 de abril de 2008

Buenos Aires de reencuentros...

Sábado... las hojas de mi calendario cayeron tan rápido... Tomo conciencia de que la semana voló...

Hace una semana tomábamos cafecito en el Tortoni...

Ja ja me leo y me da risa.. en el Tortoni.... un lugar famoso para el mundo y desconocida su existencia, hasta esa entrada, para esta payuca del interior...

Hace una semana me reencontraba con mi amiga... lejos de una mesa de café....

Hace una semana me apuntalaban amigos...

Hace una semana me sentía con fuerzas para mover el mundo...

Hace una semana...

Hoy recuerdo lo de hace una semana... casi sin palabras...

Porque lo que viví hace una semana... es muy difícil de escribir...

Porque lo que viví hace una semana... no se escribe... SE SIENTE...

Porque el dolor, la alegría, la tristeza, el amor, la contención, la desazón, el optimismo, la duda, la solidaridad, todos quieren estar en las palabras.

Todos se mezclan para ser parte de lo que viví hace una semana...

Todos quieren estar en mis palabras... y no hay orden... se amontonan... se chocan... No se puede...

Solo intento concluir... concluir con algo breve... busco palabras... las encuentro...

FUI FELIZ!!! y lo comparto...




Myrtita

miércoles, 16 de abril de 2008

Amaneceres...

El despertador no sonó. …¿No lo hizo o no lo escuché sumida en ese fantástico mundo de los sueños por el que me escapo a mundos ideales, fantasiosos….y a veces, porqué no tormentosos….?
El tema es que cuando mi vista se aclaró sobre los rojos números del aparatito digital que señala las horas, el número que distinguí sobrepasaba sobradamente a mis rutinarias seis horas a.m.
Me tiré de la cama.
Luché a brazos partidos para no caer presa de la seducción de mi larga y energizante ducha matinal. Debía ser breve, rápida, no había tiempo.
Cuan ráfaga disciplinada no modifiqué mis tareas... Tender la cama, ordenar la ropa… abrir ventanas… mientras escuchaba mis propias órdenes Rápido!!! Arriba, es tarde!!!…sin la menor respuesta ni interlocutores válidos…
Me tiré escaleras abajo…
Mi amanecer tardío no era excusa para dejar cosas pendientes… y seguí, seguí…
Con calor por tanta corrida…. Ventanas… La mesa… Desayuno… Tostadas….Tazas… Colgar ropa… Rápido… Es tarde….
Maquillaje… Libros…. Por doquier, menos los que necesito ya…
Con la esperanza de que en esa pila ordenada de carpetas y apuntes estuvieran los papeles demandados, decido cargarla… No hay tiempo para ver que tiene.
Seguramente la lista que necesito está ahí…
La cargo… Rápido… No hay tiempo… Vamos…
La llave??? Si anoche la usé… Quien la escondió??? Vamos!!! Es tarde!!!
Falta mucho??? Salimos???
Ya!!
El tránsito circula más despacio que de costumbre. Nadie se mueve…. ¿Por qué no toman su mano???
Vamos!!! Es tarde!!!
Mi ansiedad desespera. Imagino la cara de mi veintena de chicos esperándome en la puerta cerrada de la sala…. Vamos!!! Es tarde!!!
En la esquina está bien… Corro… llego más rápido que si doy una vuelta a la manzana en auto…
Vamos!!! Es tarde!!!
Llego… . YA!!!!
No hay nadie??? Qué pasa acá???
Verifico mi reloj… Es la hora…. Me detengo….. Verifico mi horario… Verifico el día
Miércoles… 7:30 hs… ¿Miércoles???... Horario… 8:30 hs…
Puntualidad extrema…
Myrtita

sábado, 5 de abril de 2008

Intuición...

Intuición, ese sexto sentido atribuible al sexo débil, puede ser la palabra desencadenante de esta pequeña historia.
Esta capacidad, se ha puesto de manifiesto en numerosas situaciones de mi vida.
Con una precisión matemática, no falló al intuir que Agustín sería Agustín, luego de vivir nueve mese en mi panza, y haberlo bautizado así casi diría, al segundo día de su concepción.
Tampoco me falló con Pilar, cuando sin que nadie supiera, coloqué los abridores en el fondo de la valija que me acompañaba a la clínica, con la profunda convicción, que la nena, sería esta vez la que llegaría al mundo.
María Laura, generó en mi cierta duda, que fue disipada con la ayuda del destino y mis cábalas, cuando al querer comprar las sábanas celestes, para estrenarlas en la clínica con su llegada, no aparecían en la tienda forzándome a adquirir un primoroso juego rosa, que luciría para la llegada de una nueva niña.
Ante una mirada crítica, diría que esta capacidad de ver más allá, se fue desdibujando con la elección de mis mascotas.
El parto había sido un éxito, y la orgullosa madre dormía plácidamente en su moisés con sus cinco descendientes.
Habíamos concurrido en procesión, para elegir nuestro futuro gatito.
Nos deslumbró aquel pompón amarillo, pero la palabra autorizada de la regaladora de gatos, vaticinó
- Esa, es una hembra.
La elección ya estaba hecha. Bajo ningún concepto, los chicos aceptaban el canje. Nuestro gato, sería aquella gata.
Al ver mi resistencia, la regaladora de gatos salió al cruce, y al oído me susurró:
- No te preocupes, pido turno en la perrera y la castramos…
La sola idea me estremeció, pero no me quedaba alternativa, ya que conociéndome, sino tomaba esa decisión, en unos meses mi hogar se convertiría en un edén gatuno.
Así Martina, llegó a casa en el tiempo previsto para el destete.
A decir verdad, mis jornadas por aquellas épocas, estaban colmadas de pañales, jardines de infantes, tareas de los primeros grados escolares, y poco tiempo me restaba para prestar atención a la nueva integrante del clan familiar.
Una noche, en que por esas extrañas cosas del destino, me vi envuelta en una paz temprana e inusitada un suave maullido me sorprendió.
Bajé mi mirada y allí estaba, hablándome. Me enterneció hasta el punto de querer tener a mi pequeña mascota en la falda y propiciarle las caricias que aún no había tenido ocasión de darle.
El turno en la perrera para su castración ya estaba cerca.
Fue en aquel momento en que en medio de un ronroneo lo descubrí. Un tumor!!!.... Martina tenía un tumor!!!
¡Que desvelo! No tenía consuelo… Tan chiquita… y ahora ¿qué hacer? ¿ Cómo afrontarlo?…
Se lo comenté a mi señor esposo, que con su ojo crítico me respondió
- Ajá!, indicando que compartía mi diagnóstico.
Así fue como después de una noche mal dormida, acudí al especialista para revertir esta situación.
Expliqué al profesional mi descubrimiento y mi preocupación.
Dando crédito a mis palabras se abocó a una profunda revisación…
Pasados unos minutos, levantó su mirada. Clavó sus ojos en los míos y me preguntó…
-¿Ha tenido muchos gatos en su vida?
-Si, desde chiquita tuvimos gatos….
-¿Es usted poco observadora?
- En realidad no me precio de eso, al contrario, soy sumamente observadora…
- Se nota, respondió…
Ante mi incredulidad, esbozó una sonrisa y expresó…
- Martina está rebosante de salud, pero me temo que a partir de hoy, deberá llamarse Martín....
Agradeciendo la atención prestada, me retiré con el dotado caballero en brazos.
Así fue que sin demasiadas explicaciones decretamos el cambio ante la sociedad.
Para mayores detalles, los chicos se convirtieron en los interlocutores válidos y se explayaban en las presentaciones diciendo, este es Martín, pero antes era Martina … despertaban sonrisas con su respuesta, aunque entre nosostros, adultos, creo que lo que despertaban era una intriga en la que no se atrevían a profundizar...
Myrtita