El estrépito de la bolsa contra el piso me sorprendió. Enfrascada
en mi búsqueda, no vi venir esa caída.
La caída fue rápida y no dejó tiempo para que mi mente
dilucidara su contenido. Vidrios, por lo pronto no eran.
La intriga postergó mi objetivo y abrí la bolsa. Argollas de
madera, muchas. Argollas de cortinas de tela viejas, reemplazadas por cortinas
sin argollas, modernas.
Alguien puso esta caída en mi camino. Una caída oportuna que
disparó, con tiempo, una imaginación adormecida para empezar a pensar mi
Navidad.
Mi árbol sería con argollas.
El 8 de diciembre, fiel a la tradición, en medio de
argollas, piolas y yuyos empecé a diseñarlo.
El árbol quedó listo, pero la bolsa caída traía un plus. En
la bolsa, había ganchos de alambres y abrazadas a las argollas, sin querer desprenderse
de ellas, ganchitos plásticos.
No sin trabajo, logré desprender uno a uno y quedaron ahí,
separados, formando una forma amorfa sobre la mesa.
Los observé detenidamente y encontré preguntas.
Uno a uno fui desplazando, inmersa en mi espíritu navideño, pero sin pensarlo se
convirtieron en un árbol, lleno de preguntas. Un árbol mimetizado con una
realidad también llena de preguntas.
Así mi tarjeta navideña también tomó forma.
En un abrir y cerrar de ojos, el 8 de diciembre devino en 24
de diciembre.
Me detengo, miro el árbol con argollas, miro la tarjeta con
preguntas y evoco la Navidad con un fuerte deseo de Paz y Felicidad.
myrtita