sábado, 13 de mayo de 2023

El karma del mantel a rayas

 El mantel a rayas, tiene historia en la familia. Lo recuerdo desde siempre.

No puedo decirlo con certeza, pero al entender de mi imaginación y sin haberlo preguntado oportunamente, fue parte del ajuar de mamá, quizás bordado con amor y dedicación o quizás comprado con un ahorro atesorado en alguna tienda.

Rayas azules y blancas, ni finas ni gruesas, borde festoneado a máquina en color azul, medias flores aplicadas. Azules y rojas en las esquinas, una verde en cada lateral y un centro coronado por medias flores verdes, azules y rojas, todas sutilmente enlazadas por hojas y frutos pequeños bordados en color marrón.

Los colores acusan el paso del tiempo, el azul intenso se ha vuelto lavanda, las flores han perdido brillo, pero conservan su lozanía, y las hojas han atenuado su intensidad sin romper el lazo que simbolizan.

Lo recuerdo desde siempre. En algunas mesas especiales, y más tarde cubriendo las mesas de todos los días. Lo recuerdo en aquel cajón del armario de la cocina cuando los lavilistos invadieron el mercado, desplazando a los manteles que necesitaban de las planchas para lucir.

Día tras día, año tras año, el mantel de rayas estaba ahí, siendo parte de la familia, compartiendo sus momentos. Atesorando vivencias.

La vida sigue su camino y esa rueda nos coloca en roles diferentes. De repente, un día, me convertí en propietaria del mantel de rayas azules. Él se convirtió en parte de mi Tapera, y desde hace diez años comparte mis mesas.

Ya nadie pregunta con que mantel se tiende la mesa. Siempre el mantel de rayas azules. Desayunos, almuerzos, cenas.

Pero no todo es romanticismo para mi valiente mantel de rayas azules. Semana tras semana lucha en una batalla sin tregua contra las manchas.

- ¡Cuidado, el mantel está recién puesto! La alerta se dispara cuando la salsa impacta de lleno en alguna raya.

- Usen plato debajo de la taza y bandejita para comer, me escucho decir cuando la cuchara con café o chocolate se sienta sobre las flores que lo embellecen, y la miel no llega a destino y endulza sus flores que caen el camino.

Yo sufro, y él resiste a todas las embestidas, resignado y a la espera del viaje dominical que termina en un lavarropas. La plancha tibia que le devuelve su prestancia, y un baúl de auto que lo cobija esperando el regreso a su espacio campero.

Un torbellino de ideas, dispararon las rayas de mi mantel mientras desayuno con él, afuera en mi jardín de otoño, escuchando pájaros, mirando verdes. Desayuno en paz, en su compañía.

De repente una carrera me sorprende, no hay tiempo para protegerme. Me saltan, no entienden el NO. No entienden el SENTADOS. Su alegría y amor desbordan.

La taza se salva. Mi mantel no. Seis manos, seis manos embarradas pintan sus rayas de marrón agregando un nuevo componente a las embestidas.

Intento protegerlo, lo sacudo para atenuar las manchas, pero no hay vuelta, las huellas quedaron estampadas en él.

Mi mantel a rayas registra nuevos rivales en sus batallas. Perros.

Manchas, huellas, salsas, rayas sin brillos. Vida.

EL karma del mantel a rayas ya es parte de la tradición familiar.