La última juntada
Aunque la invitación llegó sobre la fecha, no hubo tiempo para
peros. La convocatoria era masiva, y esta vez, eras vos el que convocaba.
En algunas circunstancias la puntualidad tampoco se pone en juego. Era a las
8:30 hs.
Llegamos puntuales y ya nos esperabas en la puerta. Una
puerta abierta que nos invitaba a adelantarnos.
Al frente una imagen luminosa nos hacía un guiño de
bienvenida, y desde su corazón emanaba paz.
La invitación hablaba de misa, una palabra que me hizo
ruido. Hacía mucho que no concurría a misas, pero convocabas vos, y no había
margen para dudar. Sin dudas iba a ser buena.
La guitarra acompañando una voz dulce inundó el recinto, anunciando
tu ingreso.
No entraste sólo, hombres fuertes te cargaban, hombres de blanco te escoltaban y
sumaban sus voces a la canción.
Mis ojos se nublaron y me concentré en la canción. Soy
peregrino. La canción sonaba a viva voz, y se repetía.
Entendí que la letra hablaba de vos, sin decirlo.
Mis ojos recorrían el recinto, estaba lleno. Estaban los
viejos, los atletas, la gente del barrio, los amigos, la familia. Estaba tu
vida en cada uno de los concurrentes.
La ceremonia la conducía tu igual, su voz sonaba igual. No
había chances de que fuera de otra manera. Su convicción en la fe daba fuerzas a
su entereza.
La estructura de la misa sonaba tal como la recordaba, no obstante,
una sensación especial me hacía vivirla diferente. Fue un momento mágico. La tristeza,
que embargaba a todos, se consolaba con el mensaje de paz que nos devolvía ese
espacio.
Un pedido, de gloria para vos, y de consuelo para los que quedamos.
Seguramente al llegar al evento, desbordados de pena, ninguno
entendía por qué partías. Tan joven, tan vital, tan fuerte.
Quizás, internamente, todos en este espacio buscábamos una
respuesta.
Alguien desde el púlpito menciono una razón, parten los
mejores en su plenitud. Lo escuché atentamente, y creo que me convenció. Desde
esa perspectiva todo era perfectamente comprensible.
Pero la racionalidad me jugaba en contra y la lucha interior
no daba tregua. Y nuevamente la respuesta, porque parten los mejores y en su
plenitud.
Mi mente ataba cabos. Nada ocurre en las vísperas. Hay
señales que se decodifican el día después.
Mi razón fue perdiendo argumentos, la fe fue llenando
espacios. La aceptación me devolvía paz. Parten los mejores, en plenitud, los
preparados para seguir su camino y seguir peregrinando sin ataduras.
Finalmente entendí la convocatoria. La palabra misa ya no me
hizo ruido. Compartí la mesa.
Acepté razones. Te sentí partir.
Hasta siempre peregrino.
Fue la última juntada.