martes, 16 de noviembre de 2010

El ultimo cajón

Afirmo con convicción que no existe casa habitada por humano en la que no haya un último cajón, ese espacio oculto reservado para colocar todo.
El cajón que esconde cosas, hoy inútiles pero que se guardan por las dudas en algún momento sirvan para algo, o elementos que no tienen cabida en un lugar acorde y que quedan desprolijos en la escenografía montada, o esos objetos que no se sabe para qué existen pero su eliminación terrenal sentimentalmente se hace difícil.
El ultimo cajón es el destino de todas esas cosas y más. El ultimo cajón, de los hilos de pizzas, de las velas para el apagón, de las docenas de cucharitas de helado y de los corchos.
El último cajón que se abre fácil para ser depósito de cosas como si no tuviera fondo y su capacidad fuera infinita, pero que es tan difícil de abrir al momento del orden.
Hoy fue ese día. El día del orden.
El nuevo color de las paredes de la cocina, demandaba orden. No toleraba la grasa acumulada con la complicidad de las viejas paredes, el desorden de la mesada con las cosas tiradas por un rato que echaron raíces con su permanencia, así como tampoco, las nuevas paredes toleraban alacenas revueltas y mucho menos admitían el caos de un último cajón .
Hoy fue el día para abrirlo.
La música de viejos tiempos quedó anclada en la moderna tele y suena mientras con decisión abro ese cajón de atrás de la puerta y con asombro no puedo entender lo que me muestra.
Destapar recuerdos es muy fuerte. Me abstraigo de la grasa y cada cosa que muevo y descubro me despierta una anécdota, un recuerdo, la razón de su presencia en ese espacio.
Las viejas tetinas de las mamaderas, que fueron reemplazadas en su momento pero no tiradas por si las nuevas no eran del agrado de los bebés. Las tapitas de los vasos para los primeros jugos.
Esos embudos rojos que compré en set de cinco tamaños, porque serían útiles: los pequeños, para llenar mamaderas y el más grande para llenar de nafta el tanque de la máquina de cortar el pasto.
La cuchara de madera pintada de rosa, un hermoso regalo de día de madres de Pilar en el jardín. Tan hermosa como inútil. Su pintura no resiste la olla. Nunca la colgué para adornar las paredes… Perdón, no te ofendas hija… Fue un regalo hermoso y valorado por eso ocupó un lugar en mi último cajón.
Las divisiones de las cubeteras de metal del Lelo. Sólo divisiones. Las cubeteras ya no están. Tampoco el Lelo. Hoy serían antiguas. Podrían rayar el interior de los modernos freezers.
Un quemador de la cocina. ¿Para qué si ya le colocamos cuatro nuevos?
Docenas de cucharitas plásticas que nada tienen que ver con mis cucharitas de cerámica blancas.
Recetas de cocina amarillas, que nunca pasaron de la faz de lectura de interés. Dos libros de cocina moderna. Son para freezer y marcas de colores entre sus hojas señalan remolachas, zapallitos , berenjenas… Recorro sus páginas y se escapan montones de propagandas de rotiserías, muy bien guardadas. ¡Qué bochorno, desnudando estas intimidades!
Velas… ¡Sí!, muchas velas. De colores y formas. Como esa vela que siempre me faltaba en el cumpleaños nuevo de mis hijos al reciclar las de los años anteriores. ¡Qué divertida esta situación que se repetía año tras año sin remedio! El detalle de las velas siempre escapaba a mis mega organizaciones cumpleañeras.
Pero encuentro que hay velas diferentes. Velas con inscripciones. Velas de luz eterna, recuerdos de comunión y confirmación que se mezclan con las Golondrinas de los cortes de luz y de
existencia corta.
Un portavelas de cerámica. Otro regalo de madres. ¡Qué linda pintura! ¡Qué práctico, Agustín! Tu regalo supero el paso de los años, y fue importante, por eso ocupó un lugar en mi último cajón.
¿Y esto? Recuerdo de los 25 años de la promoción 78. ¡Qué risa! Cuantas discusiones al momento de decidir el souvenir del encuentro. La decisión ha sido importante. El regalo ocupó un lugar en mi último cajón, entre piolines de pizzas de algodón que lo protegieron a modo de nido.
El cajón desborda. Mi mente también. Asoman risas, se me escapan lágrimas. Etapas. Tiempos sin vuelta. Decido el orden y la bolsa negra gigante espera abierta. Se lleva parte de mi vida. Una parte que a los ojos del mundo tiene forma de porquerías. Quizás alguien rescate algo por las dudas sirva para algo. Se lleva mi vida. Pero el orden debe aparecer. El color brillante nuevo de mis paredes así me lo indica.
Quizás la vida me dé tiempo de volver a cargarlo, pero mi último cajón no queda vacío. Huellas de vida quedan marcadas en él.
Desde hoy atesorará estos secretos que le fui contando mientras aliviaba su peso. Será así. Un diálogo a solas, a solas con mi último cajón.
Myrtita