martes, 25 de diciembre de 2012

Bienvenido 2013


El 2012 da sus últimos coletazos. La Noche Buena pasó. La celebración se prolongó y se cobra en con la modorra en la mañana navideña.
Poco por hacer, o quizás mucho, y lo que siento como poco son las ganas.
La computadora es el mejor espacio para la nada, comparable con la escuela de los filósofos, que hacían de ese lugar su espacio para el ocio creativo.
La enciendo como rutina. Sólo para revisar correo, ver saludos y augurios. Se repiten y en ellos todos buscan la paz y prosperidad. Comparto a través de Facebook los festejos navideños de los tempraneros, de un círculo ampliado de amigos de mis amigos.
Salgo de la virtualidad y me concentro en mi disco rígido.
Sin consultar mis dedos dan un clic en la configuración de pantalla, para cambiar la imagen que adorna el escritorio de mi PC. Todas mis fotos se acumulan ahí, ordenadas cronológicamente. Mi vida 2012 se despliega ante mis ojos. Mi cabeza se dispara.
Así empecé a desandar el año, el 2012. Indiscutiblemente fue un año de cambios, de dolores grandes pero también de alegrías que surgieron como la esperanza para enfrentar un nuevo camino.
Desde el dolor profundo asumí el rol de cabeza de familia. Acéfala pero cabeza al fin. Entendí que a partir del 2012 soy el escalón más alto, el referente para el consejo, para la búsqueda de la decisión más prudente, aunque esta en algunos casos no aparezca todavía.
Desde el dolor mi vida se atomizó, pero miro atrás y me doy cuenta de que comienza a rearmarse. Mirar atrás me deja ver y valorar los puntales que me ayudaron a construir nuevos cimientos. Mis amigos de siempre, mis amigos nuevos, los que comparten el día a día, los que me dieron fuerza cuando creí que ya no podría tenerlas, los que me mimaron con su amor incondicional para resguardarme y minimizar mi sufrimiento, los que me hacían mirar hacia adelante mostrándome que todo era posible.
Es bueno hacer un alto. Fue bueno entrar a mi espacio de la nada.
Fue bueno repasar el dolor para ver que, a pesar de él, los proyectos no decayeron y que la seguimos remando. My Tapera casi es un hecho. Desde mis fotos la veo crecer desde el primer mazazo al color radiante que hoy luce, aunque se resiste a su colonización plena. Evidentemente ya será modelo 2013, lo que no es tan malo tampoco el empezar el año con rancho nuevo.
Siguiendo mi repaso de imágenes aparece  la alegría, la realización personal de mis dos licenciados.
Dos títulos que llegaron en momentos diferentes de la vida, pero que me reconfortaron de la misma manera entendiendo que una etapa importante se cerraba para comenzar otra llena de ilusiones y posibilidades.
Un nuevo clic y ahí está mi tarjeta que deseaba buenos augurios para el 2012. Tenía huevos, y pedía que no los rompieran en el año. Mi augurio y pedido quedó en eso. Sólo augurios y deseos, porque me parece leer que no quedó ni un huevo sano en este 2012. Fue un año de cambios.
En el repaso entiendo que debo y quiero elegir una nueva imagen para el 2013.
Mis dedos van y vienen por las carpetas y de repente aparece la imagen. Ropa sucia, cortada, tirada al costado sobre el verde césped. Un mamarracho a simple vista, pero me seduce.
Esa es la imagen que quiero para el 2013. Despojos que quedan ahí, como la muda de la mariposa, antes de lucir plenamente su belleza y volar.
Quiero esa muda para resurgir. Para recuperar la alegría, la esperanza y empezar una nueva etapa.
Bienvenido 2013.
myrtita

miércoles, 28 de noviembre de 2012

El que quiera celeste, que,,,, colabore

Caminé hasta la pileta cansada de descansar. Ya estaba casi sin agua, esperando que sus paredes fueran liberadas de la sal de la temporada anterior, antes de recibir el nuevo color celeste del año. 
Había que esperar hasta el martes. 
Sin pensarlo, busqué una espátula. Sin pensarlo encontré dos. Sin palabras empecé  la rasqueteada por la escalera. Pilar me siguió con una pared lateral. 
Salí de mi abstracción y me di cuenta de que éramos multitud. Cada uno se procuró una herramienta y siguió la iniciativa. Hasta el perro Samuel fue parte de la acción.
En dos horas terminamos una tarea que parecía faraónica y que sin buscarlo se convirtió en una causa común.
Ya sin agua y sin sal esperamos el martes.
El derecho de pileta está garantizado.
myrtita

domingo, 25 de noviembre de 2012

La evidencia


Las cerdas del cepillo hurgaban debajo de la mesa, se colaban entre las patas de la silla amarilla intentando atrapar hasta el último pelo de perro, perdido en esas idas y venidas, en esas carreras locas por el jardín en  intentos frustrados para atrapar al gato colado del vecino.
Los objetos arrumbados debajo de la mesa, encastrados bajo sus patas para no ser motivo de desorden se resistían a colaborar con la limpieza asignada a la moderna escoba mutada en cepillo.
De repente, en un viraje violento del palo que comandaba al cepillo, un ruido peculiar, ya vivido y en consecuencia familiar a mis sentidos me puso en alerta.
El sol dormía ya que  las nubes habían decidido cobijarlo un rato más. No era noche, en el recinto se alcanzaba a ver sin necesidad de encender las bombitas bajo consumo.
Con la alerta instaurada agudicé la vista. Ese ruido me había movilizado, me era sumamente familiar y algo desencadenaba en mi interior.
La búsqueda de su origen tomaba fuerza.
Desplacé la pala, corrí la silla, separé objetos, cajas, bolsas y de repente ante mis ojos quedó expuesta.
La evidencia.
El ruido familiar tuvo respuesta: cerámica desplazada sobre lajas.
El mango seccionado de una de mis cucharitas de cerámica blanca estaba ahí. Fraccionado.
Una menos. Una baja silenciosa. Una fragmentación no delatada.
Decidí no tocarlo. El cepillo se encargó de desplazarlo suavemente hasta colocarlo sobre la pala azul.
Ahí quedó yaciente al lado de la hoja sin savia, entre el manojo de pelos cortos de los perros perdidos en sus corridas infructuosas.
Ahí quedó, cómo un desecho de suavidad y pureza.
Ahí quedó el indicio de un acto no revelado que se las trae.
Ahí quedó, por ahora, sólo la EVIDENCIA.
Myrtita

martes, 9 de octubre de 2012


Hola Papá!
Recién llego, decidí prepararme un té. Ya casi van a ser las seis, una hora más que prudente para hacerlo.
De repente la irracionalidad se apoderó de mí. Fui hasta el teléfono y casi marqué tu número.
La costumbre del llamadito cotidiano, a la tardecita, a la hora del regreso para dar las novedades me superó.
Me frené. Tomé conciencia. Ya no tenés teléfono. Ya estás más allá de las costumbres y de nuestros buenos hábitos.
Hace dos meses nos dijimos chau, seguido de un consejo no escuchado que te pedía “viajá mañana si no tenés apuro”, a lo que sólo me respondiste “andá con cuidado, yo me organizo despacito”.
Tu despacito se convirtió en mi vértigo. Tu despacito se convirtió en adiós. Tu despacito de repente se convirtió en un vacío que intento llenar con recuerdos y sonrisas al evocarlos, pero que en este momento nublan mi vista con lágrimas que no pueden contenerse.
De repente te extrañe. Te extrañé con un dolor insondable, tan profundo como sin retorno tu presencia.
La razón se quedó sin argumentos y lo dejó avanzar. Se abrió camino dejando de lado la aceptación del destino y volvió a sangrar.
La razón reaccionó. Corrió en mi ayuda, intentando dominarlo con argumentos sabios, con alternativas de final aún más drásticas y dolorosas. La razón fue mitigándolo. Vuelvo a entender tu partida. Vuelvo a entender porqué Dios la decidió así. Vuelvo a entender tu elección por seguir a mamá. Ella no sabía vivir sin vos y tampoco hubiera podido partir sin tu compañía.
La razón deja que mi ingenua imaginación construya nuevamente el espacio de paz en el que moran.
Pero el vacío es grande. Mis palabras confusas. Mi dolor lacerante.
La razón apela al tiempo, el tiempo dará paso a la razón.
Mientras tanto el dolor es grande y empiezo a extrañarlos.
Quiero llenar el vacío de imágenes. Quiero llenar el recuerdo de sonrisas.
Quiero que nos vean. Quiero que nos sigan. Necesito que nos cuiden.
Necesito ese espíritu positivo que contagiabas y dejaba ver el sol en medio de las tormentas.
Pensé que eso era tu mejor legado. Pensé que podría ver el sol. Hoy las nubes me abruman. Necesito que las soples. Necesito que las corras. Necesito el sol. Necesito seguir. Necesito pensarlos. Necesito su recuerdo. Su recuerdo con sonrisas.
El té se enfría. La lluvia sigue. Pero desde adentro empiezo a ver el sol. La paz me invade. Creo que ya está. Que me escuchaste.
Gracias. Dale un beso a mamá. Decile que voy a buscar una aguja de crochet. Decile que la quiero.
No te olvides por favor.
Te mando un beso.
Hasta mañana.

domingo, 24 de junio de 2012

La bolita jabonosa

La ducha es un espacio mágico y con estas palabras quiero dejar sentada, algo más que una hipótesis, dejo sentada una teoría irrefutable. Desde esta posición, apelo a la reflexión convencida de que no hay humano que pueda resistirse a sus encantos y a quedar atrapado en ella. Mientras el fuerte chorro golpea la espalda y moja, aún sin permiso, la cabeza las ideas comienzan a fluir sin barreras ni control. Canciones bregan por salir de nuestros labios que se esfuerzan en cerrarse para impedir la entrada del jabón, como si fuéramos tenores o sopranos decididos a asombrar al mundo sin movernos de ese cubículo. Situaciones pendientes, aparecen ante nuestros ojos cerrados mientras intentan evitar el anegamiento de la espuma. También logros, preocupaciones, metas inmediatas, proyectos a más largo plazo y recuerdos, huellas que se desnudan impunemente desde un lugar del alma hasta ese momento desconocido. Tanto preámbulo no significa que mis palabras se vayan a centrar en la ducha. Ella fue sólo un preámbulo para introducir algo que se disparó una mañana gris de un muy lunes. Los hábitos del entorno, en la infancia, marcan huellas. Rastros fuertes, a veces hondos que por ejemplo una ducha matinal descubre. Este recuerdo se disparó un lunes, día obligado de limpieza (primera huella marcada. De: mi abuela paterna. Frecuencia del hábito: semanal, los lunes. A Segunda generación: su nuera, mi madre. Período de convivencia dos años. Frecuencia del hábito: semanal, los lunes. De: mi madre Frecuencia del hábito: semanal, los lunes. A Tercera generación: la que suscribe. Período de convivencia veinticuatro años. Resultado: huella profunda. Los lunes día de limpieza. Huella atemperada por prioridades y el trabajo fuera del hogar.) Sigo sin introducir la idea desnudada en la ducha de una gris mañana del día de limpieza: la bolita jabonosa. Realizo un análisis introspectivo de ella y llego a la conclusión que desde que tuve uso de razón, esta huella comenzó su impronta en mí. De manera imperceptible, fue echando raíces, que veo como responsables de que hoy, en una mañana gris de día de limpieza, el recuerdo haya flotado en el cubículo de la ducha para ocupar todo mi tiempo de permanencia, que por cierto no fue poco. Decía antes que los hábitos del entorno, en la infancia marcan huellas, y esta que voy a relatar no es menor. En mi casa de la infancia el baño tenía bañadera. La jabonera no estaba empotrada en la pared, pero en el extremo de opuesto a la ducha en una explanada azulejada, en una jabonera plástica de pinches descansaba el jabón, a reparo del charco que se formaba por el impacto de la ducha. Cuando la pastilla de jabón sometida a un uso intenso, iba perdiendo su forma prismática volviéndose una delgada lámina era, automáticamente, reemplazada de esa posición de privilegio por otra fuerte firme y de colores brillantes que alternaban permanentemente. Azules, rosadas, amarillas o verdes. Pero esa lámina delgada que había servido a la causa de mantener pieles suaves y pulcras, no desaparecía plenamente sino que era desplazada al rincón de la explanada azulejada, y por una razón no develada, al poco tiempo, aparecía transformada en otro ser curvo sin límites agudos. Periódicamente se generaban nuevas láminas jabonosas, que se reemplazaban por nuevas pastillas de colores. Su destino siempre era el mismo, el rincón de la explanada azulejada. Pero estas láminas no asumían formas independientes, sino que por esa razón no develada, se sumaban a ese primer núcleo matriz, dando origen a una forma simpática, casi esférica y multicolor, de ahora en más: la bolita jabonosa. El fenómeno se sucedía. Ya era un hábito. Un hábito en tiempo de infancia que crea huellas profundas. Semana tras semana la bolita jabonosa en el extremo opuesto a la ducha crecía. Nadie la tocaba. Nadie aludía a su autor. Pero tenía un artífice, único, silencioso e irremplazable, que se mantenía en el anonimato y del que nadie hablaba. Cuando la bolita multicolor tomaba dimensiones considerables y manejables en un puño, volvía a emplazarse airosa en la jabonera plástica de pinches, dando licencia a la pastilla de forma prismática, de color uniforme que debía ocupar el espacio sobre la jabonera de pinches esa semana. La bolita jabonosa se convirtió en una tradición familiar. Nadie cuestionaba su creación ni mucho menos su uso que se había vuelto tan natural. El hábito de la bolita jabonosa superó la mudanza. La no bañadera de la casa nueva, el cambio de jabonera de pinches por jabonera de cerámica empotrada en la pared. La infancia llega a su fin y la adolescencia con su rasgo cuestionador se apodera de los humanos. Así fue como el hábito de la bolita jabonosa, un día, fue colocado por los adolescentes del hogar sobre el tapete para ser objetado. Desde una cruda mirada, el juicio omitía la valiosa figura de un silencioso defensor del planeta, que todo lo reciclaba y que por años había ido perfeccionando la técnica en su producción. Fue ese día que la autoría salió a la luz. Las manos artesanas y laboriosas que por años habían dado origen a esas esferas multicolores eran las del doctor Curita, el mago de los quirófanos. Los hábitos del entorno, en la infancia marcan huellas. Rastros fuertes, a veces hondos que por ejemplo una ducha matinal descubre. Crecí. Me emancipé. Formé una familia con hábitos que seguramente dejarán huellas de tiempo de infancia en mis hijos. Huellas que seguramente el tiempo no borrará. Salgo de la ducha. Es lunes, día de limpieza. El lavadero me espera. La jabonera es de plástico. No tiene pinches. El jabón se está terminando. Tengo que cambiarlo, pero creo que la bolita jabonosa que armé ya puede reemplazarlo.
Myrtita

viernes, 27 de enero de 2012

Capitulo 9 Sweet news

Nunca había oído hablar de Chivilcoy hasta aquella tarde en que Don Bonel anunció su partida. La semana próxima se iría de viaje por, al menos, dos semanas a visitar a su hermano.
Hasta entonces tampoco habíamos hablado de familia, de hermanos, ni de hermanas, así como tampoco de cuñadas. Ocho hermanos se filtraron en una charla vespertina y a uno de esos sobrevivientes le había prometido la visita.
Con muchas recomendaciones de ambas partes se produjo nuestra primera separación.
Quince días no son nada pensados en relación a la duración de una vida, pero quince días pueden ser mucho cuando la rutina se altera.
Fue partir Bonel para que acontecimientos imprevisibles se desencadenaran. De lágrimas y de alegrías.
Habían pasado tres días, era sábado, cuando Raúl, el hermano mayor de papá de manera súbita  y totalmente impensada se fue para siempre. Mi tío cercano, compañero, con el que disfrutábamos lecturas, charlas, momentos y fines de semanas familiares en el campo se fue.
En esa época mi  principal actividad profesional estaba en el campo.
Con su ausencia definitiva, volver a Los Ranchos, un espacio tantas veces compartido se me hacía un mundo. Una barrera difícil de traspasar sin ayuda. No podía volver sola.
La solución estaba en volver en familia. Acompañada. Contenida.
Por eso en solidaridad mis padres planificaron una ida en familia con el mas que tradicional  asado dominical.
El asado había dejado de ser una de esas comidas frecuentes en mi nueva vida de casada moradora de un minúsculo departamento. Sin parrilla ni parrillero el asado se había convertido en un apetecible y cotizado manjar. Pagaba porque me invitaran a comer uno.
Tomando coraje y con la idea del asado de por medio aquel domingo partimos rumbo a los Ranchos. El asado cobraría un especial protagonismo. Chorizos, morcillas, costillas. Todo lo que más me gustaba iba a estar ahí y en abundancia.
El retorno al espacio compartido se dio de forma natural, despejando los fantasmas tan pensados.
El fuego doró la carne y cuando estuvo a punto la mesa nos convocó.
Fue en ese preciso momento que una cosa extraña sucedió.
En el momento en que el largo tenedor del asador depositó la primera ronda de carne en mi plato, algo en mi interior se retorció. El asco se instaló en mi  cara.
Intenté disimular mi estado, pero no pasó demasiado inadvertido. Mi gran ilusión y ansiedad se convirtieron en un “No gracias” cuando se ofreció la segunda pasada.
- ¡Yo lavo los platos! dije a viva voz cuando terminamos de almorzar.
Aunque parezca increíble, el lavar los platos y devolver el orden a la alterada cocina rural, era una satisfacción grande que me gustaba darme.
Levantaron la mesa y mientras la pila de platos con restos de asado comenzó a crecer a mi lado, la descompostura y el asco se apoderaron de mí con todas sus fuerzas.
Intenté disimular mi estado y haciendo de tripas corazón terminé con la faraónica tarea que solita me había asignado.
La jornada siguió con rondas de mates y facturas, charlas y algarabía.
Volvimos a la ciudad renovados para empezar la semana dos de aquella separación con Bonel.
El trabajo, el trajín de todos los días se apoderó de nosotros. Las comidas rápidas eran a veces un  mal necesario. Un bife vuelta y vuelta, con un tomate, era la salvación ante un reloj que no daba treguas.
Sin embargo, aquel mediodía, el bife vuelta y vuelta me dio vuelta a mí.
Esta reiterada sensación de malestar comenzó a preocuparme. No al asado, no a los bifes y no a una regla que por el vértigo de las jornadas y el estrés pasado parecía olvidarse de llegar.
Algo inusual estaba ocurriendo en mí. Algo no andaba bien.
Por buena hija de médico nunca tuve un médico y como la situación no se revertía decidí consultar a mi papá doctor.
- Creo que te convendría ver a un ginecólogo - fue la recomendación instantánea.
- ¿Un ginecólogo? … ¡Un ginecólogo!
Me preparé para aquella visita de manera impecable. Mi mejor cara y mi mejor ropa interior preparada especialmente para esa ocasión, que dicho sea de paso, nunca fue vista ya que resuenan las palabras del prestigioso profesional diciendo:
- Pasá detrás del biombo y sacate la bombachita!!!
¡Qué bochorno! Y en no más de cinco minutos me sugirió que empezara a tejer.
Mi primer hijo estaba en camino. Agustín. Agustín que fue Agustín desde el primer momento sin que se me cruzara la más remota posibilidad de algo diferente.
Desbordada por la  alegría de la noticia los días corrieron y el regreso de Bonel se me hizo temprano.
Ya lo extrañaba. Mi ansiedad crecía pensando en el reencuentro con tantas nuevas.
¿Cómo darle la noticia? ¿Esperar el encuentro y contarle? ¿Sorprenderlo de otra manera?
Pensaba en la forma más linda de darle la primicia.
Después de muchas vueltas lo decidí: un cartel grande pegado en su puerta “BIENVENIDO!!!” y un chupete celeste en el picaporte para cuando llegara. Nada más.
El colectivo arribaría al alba y la noticia lo esperaría ahí.
Amanecí. Lo primero del día sería ir a buscarlo para darle el beso de bienvenida  y ver la impresión de la sorpresa.
Pero la  sorpresa fue mía cuando al abrir mi puerta encontré un paquetito colgando del picaporte con una tarjeta que decía ¡BIENVENIDO! Contenía los primeros escarpines celestes para mi bebé. 

Una escapada a Los Ranchos

Para los que los compartieron que me piden.
Para los que no estaban que les gustaría ver.
Una pequeña selección de momentos con un clic.

Myrtita

lunes, 2 de enero de 2012

20 12

En son de paz,
bregando por su integridad
deseo un
myrtita