domingo, 15 de febrero de 2009

Navegar en la Pity

Todavía me parece oír a Papá diciendo:
– Propongan nombres para la lancha, sino el que calla otorga.
Y otorgamos, nadie propuso, así nació Pity.
Un nombre intrascendente para la sociedad, pero que en la intimidad que hoy revelo me coloca a la altura de la reina Mary o Elizabeth con sus respectivos Queenes.
Pity fue bautizada en mi honor, aunque su capitán nunca hizo un manifiesto público y expreso de esta razón.
Pity fue una más que clara alusión a mi sobrenombre de la infancia y dejó en evidencia ese decir popular de que las nenas son de los papás.
¡Qué honor y que vergüenza!
La Pity es Pity por mí.
La Pity que no ostenta ni con su eslora, ni con la potencia de su motor, pero que se muestra airosa como el orgullo de su capitán.
La Pity que circula entre yates, veleros y potentes lanchas modernas, que se hizo a las aguas del Paraná y con su nuevo motor nos llevó a pasear por el río.
Pero tanto honor no es gratuito.
La Pity no es menos glamorosa que el Queen Elizabeth, el Queen Mary y tantos otros famosos, aunque diría que su glamour es un tanto más autóctono.
Subir a la Pity, significa aceptar las reglas del Capitán.
Compartir el espacio con una docena de tarros preparados para la pesca.
Aceptar ubicarse cerquita del balde verde que contiene la carnada indispensable para esta actividad. Tripas de sábalo, freezadas por años, que se van descongelando con el paso de las horas bajo los rayitos del sol.
Navegar en la Pity significa saciar la sed en esa lata de tomates, ligeramente herrumbrada, de bordes prolijamente suavizados que se llena con jugo de uvas destapado con ese tirabuzón prehistórico guardado en una bolsita de nylon.
Naufragar en la Pity demandaría aceptar colocarse esos salvavidas de corcho, de la época de la conquista, que descansan bajo la proa.
Navegar en la Pity es asumir roles protagónicos en soltar amarras, sondar la profundidad de las aguas con las palas de los remos, tirar el ancla, recoger el ancla, meterse al río, empujar la lancha desde abajo y oficiar de Moises para cerrar las aguas nuevamente después de vararnos en la arena y el lodo de las aguas poco profundas.
Es ayudar con la pesca, capturando el pez que hace bailar aquel tarro lejos, vigilar los tarros para que el río no los esconda, recoger los tarros ya sin carnadas.
Navegar en la Pity es disfrutar de la generosidad de las picadas de salame, queso y mortadela con galletas.
Es sentir que el río se regocija de su presencia, que el viento acaricia su paso, que el agua salpica las risas.
Es sentir el orgullo de ser descendiente de ese capitán sin vueltas, sencillo y auténtico, que contagia alegrías y que disfruta plenamente de este placer de hacer suyo el Paraná, simplemente navegando en la Pity.
Myrtita

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que no conocíamos ese sobrenombre de la infancia no¿?
Claudia