sábado, 21 de junio de 2008

Nunca digas nunca

En tres palabras toda una filosofía.
Tres simples palabras me ubican en el año 1978, como momento decisivo para mi alineamiento en esta corriente.
Allí estaba, en la escuela Normal, en el tercer banco, justo ahí al lado de la ventana que daba al patio de la magnolia, mientras la clase de Filosofía se desarrollaba con mi mente ida hacia los pájaros que anidaban en esas ramas.
La Filosofía, una ciencia que no despertaba en mí el más mínimo interés, a pesar del despliegue pedagógico de la oradora.
- Y para la próxima clase, su reflexión escrita sobre el tema XXXX.
Cuando tomaba conciencia de la trascendencia del momento ocurrido, ya había pasado…
- ¿Qué dijo? ¿Qué hay que hacer para la próxima?
Una simple y verdadera tortura. Escribir. Explayarme sobre un tema que nada tenía que ver con mis inquietudes. Escribir largo, muy largo, aunque en las veinte páginas no dijera nada.
Nada más atroz para mi mente matemática.
Esta situación se reiteraba clase tras clase, semana tras semana. Gracias a Dios, semana tras semana, con un solo encuentro.
Clase tras clase, escribía, contra mi voluntad. Clase tras clase cumplía con la tarea asignada, sin poder superar las dos páginas. Clase tras clase recibía una tibia devolución con un “biencito” que dejaba una clara evidencia de que eso de escribir no era lo mío. Y reforzaba un principio: NUNCA en mi vida ESCRIBIRÍA, ni siquiera un párrafo…
Pero ese dejo de frustración semanal que me generaba esta devolución debía revertirlo, aún contra mis convicciones de no escritora reflexiva.
Fue así lo que sucedió con aquel texto, tan interesante, que hoy no me acuerdo ni del titulo, pero sí de lo que ocurrió.
Al tener las consignas en mis manos, mi mente gráfica explotó.
- No habrá palabras en esta devolución.
Sin pensarlo demasiado, con tres rayas y unos círculos, visualicé lo que para mí era el mensaje de aquella lectura. Lo esbocé en el papel. Un toque de color, a esa improvisada obra, y la entrega, con la página mirando hacia el suelo, para que la profesora no pudiera argumentar, sobre mi delirio, al menos en ese momento.
Sumida en una inquietud mental, transcurrió la semana.
Nunca esperé con tanta ansiedad una clase de filosofía.
El rigor de la profesora para los tiempos de devolución de trabajos, era infalible. No había razón para que justo esa clase, la cosa cambiara.
Así llegó el momento esperado. Mi trabajo estuvo nuevamente en mis manos, tras una mirada cómplice y una ligera sonrisa en el rostro de la educadora.
Así llegó mi superación, con una nota sobresaliente, que a la distancia, más que el diez, leo, “Gracias por no torturarme más con tus palabras”.
Y el tiempo pasa, y la vida nos da sorpresas.
Aquel no rotundo del NUNCA MAS UNA PALABRA, hoy claudica tras las teclas de mi máquina, tras el dictado de mi cabeza, tras la necesidad de expresión.
Lejos de aquellas jornadas, con una vida recorrida, me licencio para agradecer a Platón por sus ideas y su escuela del ocio, a Aristóteles por su motor inerte, y a mi profesora de filosofía, por haber sembrado en mi una oculta vocación, que hoy se manifiesta abiertamente como aliada de mi Q del QUIERO ESCRIBIR.

Myrtita

2 comentarios:

Anónimo dijo...

fHoy despues de30 años comparto tus palabras y tus concluciones de aquellas clases de la señorita Gugiari .De ellas solo vienen a mi mente los 10 que recibia a cambio de interpretar sus largos y tortuosos monologos ,que yo plasmaba a travez de las historietas filosoficas y profundas de MAFALDA!...Nunca recibio de mi ni un solo renglon escrito.Mis dibujos lo hicieron por mí...ja,ja! ma

Anónimo dijo...

Vos siempre férrea con tu palabra, que no se doble!Gracias a Dios que no te dejaste amedrentar por la señorita Guggiari y diste rienda suelta a tus dotes de escritora,creo que todos tus lectores estamos esperando la edición de los sábados.Yo en particular requetedisfruto tus relatos tan llenos de vida,emociones,anécdotas...
Bueno por muchos más.Estoy esperando la continuación de la historia del Lelo
Ale de San Agustín