domingo, 8 de junio de 2008

Los muertos vivos

La llegada de un nuevo huésped fue anunciada con aquel fuerte y seco tañido de la campana de bronce.
La puntualidad a ultranza una característica más.
Una multitud escoltaba su llegada. En medio de los colores oscuros de los abrigos, los rostros desencajados y consternados eran un común denominador. El silencio los englobaba.
Todo estaba dispuesto. La breve despedida y el andar.
Las baldosas de cuadritos, marcaban el ritmo bajo el paso tranquilo de aquel carro. Nadie hablaba. Marchaban así, codo a codo, con la mente ida, más allá de esos muros blancos que marcarían el límite de la nueva morada.
Muros blancos, levantados en algún momento, en los confines de la ciudad. Muros blancos que quedaron atrapados por la civilización, allá justo a la vera del arroyo, seco en algunas épocas y amenazante por su caudal en otras.
Muros blancos atrás. Lejos, cerca del puente blanco.
Todo blanco invocando almas de manera sutil.
Avanzan escoltados por construcciones, que aunque sólidas, muestran las huellas indefectibles del paso del tiempo.
Placas. Bronce. Deseos. Invocaciones. Recuerdos. Fechas. Testimonios de alguna llegada. Recuerdos de alguna conmemoración.
Apellidos, allá en lo alto de las puertas con rejas de fuertes y macizos hierros que protegen restos.
Allí descansan. En silencio.
Allí se erigen estas fortalezas, símbolos de una época de cultos y rituales. Indicios o vestigios de una sociedad de clases.
Las clases altas. Los apellidos renombrados.
Allí descansan tras los vidrios destrozados de las puertas, tras las telas de sus actuales moradores vivos.
Nada de brillos. Nada de esplendor.
Una flor mustia atrapada en la reja. Dejada allí, como homenaje, como recuerdo, como al paso, por alguien que no pudo franquear la entrada.
Allí descansan los muertos de los muertos, que construyeron esas fortalezas, en el afán de la perpetuidad de sus muertos.
Allí descansan. Solos.
Myrtita

2 comentarios:

Romina dijo...

Que bueno lo que escribiste, me hizo acordar al cementerio de la Recoleta, que visité hace unos meses. Tanta arquitectura, tanto apellido, tanto ritual, y los muertos ahí están, solos, como acabaremos todos algún día.

Anónimo dijo...

Muy bueno chicha.La palabra del tío Gabriel García M. está germinando en las parcelas de tu mente fértil.