miércoles, 7 de noviembre de 2007

Un desopilante episodio callejero

No fue mi escoba la que me inspiró, fue la calle, aquel lugar, el que recuperó, vaya a saber de dónde este recuerdo.
Sin detener mi paso, apurado, porque el tiempo estaba justo, apareció en mi cara una sonrisa y las imágenes comenzaron a fluir.
Hace mucho, en una de esas complejas mañanas de madre, ama de casa, trabajadora responsable, que ocurrió este episodio.
Una más de esas mañanas en las que la llegada de "mi asistente" se retrasaba, y no podía esperar más.
Teníamos que partir, en busca de la incondicional ayuda de la abuela.
Las edades no iban más allá de 2, 4 y 6...con salidas siempre en procesión.
-Vamos rápido chicos!!!
-¿Adónde?
– A lo de la abuela...
No creo que resignación sea el término más adecuado para describir el sentimiento de los chicos, ya que la sola invocación de la palabra ABUELA, disparaba sus espíritus al infinito procurándoles placer.
-La mochila, Agustín!!! No te olvidés la malla Pilar!!!! María Laura, ¿juntaste los juguetes? ¿Llevan las camperas?? ¡VAMOS!” -Ah, nos olvidamos el almuerzo, los tallarines...
Esos tallarines que con gran dedicación la abuelita había amasado para los nenes, y que habían llegado al hogar en las vísperas, gracias a la modernidad de las cadeterías.
Sí, el día antes para evitar la inanición de las criaturas ocasionada por el vértigo laboral materno...
Esos tallarines con salsa, y hasta con el queso, retornarían al hogar de la abuelita con creces, con yapa, con los nietos incluidos.
Dadas las circunstancias, comerían los tallarines con los abuelitos.
-Bueno, listo, nos vamos!!!
Una verdadera mudanza. Partir en estas circunstancias, representaba eso, una verdadera mudanza.
¿De dónde sacamos manos las madres? Manos para acarrear todo, mano para tomar las manos de los niños, manos y brazos para hacer upa, manos para cerrar la puerta... Manos…
En la mitad de mi recorrido, los pequeños quedarían en custodia...
-¡Cuidado con la calle!!
- Agustín, dale la mano a tu hermana!!
- María, vení con mamá! No revolqués la campera... ¡Suban a la vereda!..
La calle ya estaba cruzada. Sólo faltaba la faraónica tarea de colocar todo en el auto.
- Esperen que ya destrabo las puertas.
Muchas manos, sí, pero la puerta no se abría apuntando con un control remoto inexistente. El modelo era viejito. Muy viejito.
En consecuencia, lo primero era vaciar las manos para abrir el auto. Esto hizo que el techo se convirtiera en el apoyadero de todo el bagaje, fuente con tallarines incluida.
- ¡Hoy me toca adelante!
- ¡No, me toca a mí!
- ¡Cuidado con los dedos!
El prototipo vehicular quedó cargado.
-Bueno, listo. Nadie a la vista. Arrancamos. ¡Nos vamos!
De repente, sin saber cómo, ni de dónde apareció, un ciclista, haciendo señas desesperadas, se colocó a la par. Justo al lado de mi ventanilla, por suerte cerrada.
¡Qué susto! En estos días de inseguridad, la primera idea fue nos quiere asaltar.
- ¡No puedo detenerme! Defender a mis hijos primero.
Intenté acelerar. El ciclista apuró su paso, y seguía en mi ventana, haciendo gestos de manera cada vez más desesperados.
Intentaba decirme algo.
Los fantasmas del asalto desaparecieron. Arma no ostentaba. Parecía inofensivo.
Decidí frenar, estacionar y atender su necesidad.
En medio de su agitación susurró:
-Doña, se le vuelan los fideos!!
Caí en la cuenta de la magnitud de su desesperación.
¡Qué horror! Los dedicados tallarines de la abuela olvidados en el techo, eran impulsados cuan palomitas sin alas.
¡Qué ridícula me sentí!
Luego de acomodar la fuente en el interior del auto. Agradecí al ciclista su deferencia, quien continuó su marcha, ahora más distendida, con la convicción de que su buena obra del día ya estaba realizada.
En medio de la alegría y diversión de los chicos por el episodio seguimos la marcha.
Pero esta historia no quedó allí..
Pasaron los días y el episodio se convirtió en una anécdota más de esas jornadas agitadas.
Aquella mañana un rápido trámite en el banco me urgía.
El auto debía quedar en un estacionamiento, en una de esas playas de estacionamiento que surgen del rebusque, de la necesidad de la supervivencia. Esas playas con muchos lavadores que se congregan en rondas de amigos. Caras desconocidas que observan a cada conductor.
Acababa de estacionar, cuando escucho un “- Hola Doña, ¿cómo anda?”
Sorprendida por la familiaridad del saludo, reparo en mi interlocutor, sin descubrir ningún rasgo conocido en su rostro.
- Se acuerda de mí?
El desconcierto de mi rostro lo llevó a profundizar en la charla. A esta altura, los amigos del grupo observaban la situación.
- Usted vive en… dijo detallando mi dirección…
Mis oídos no daban crédito a sus palabras. No entendía nada. Por más que me esforzaba y hurgaba en mis recuerdos nada me devolvía su rostro.
Ante mi silencio continuó.
- Yo fui el que le ayudó con los fideos en el techo!!! Argumentó con orgullo de superman.
Y la situación ridícula me arrancó una sonrisa. El ciclista y los fideos.
Y comenzó el relato del episodio a sus amigos mientras me retiraba del lugar endilgada en un protagonismo no buscado…
Vieron, la popularidad no sólo se da en los medios.
Llega sola, cuando uno menos se la imagina. ¿O no?
Myrtita

3 comentarios:

ERNESTO dijo...

JAJAJA!!!!!!!... Bueno, pero que paso al final con los fideos? (o parte de ellos). Llegaron a destino?. Se pudo recuperar al menos algo... como para un dientito digo?.

Anónimo dijo...

SIIIII!!!
Fueron reacondicionados primorosamente en la fuente, y entregados, en mano junto con los niñitos...Para ser calentados y disfrutados en compañía de los abuelitos!!!
... mientras mamita traia el pan...!!!
Jaja
Gracias

Anónimo dijo...

jajaja yo sabia de esa historia, pero a la segunda parte me la había perdido.
A vos nomás te pasan esas cosaS!



AAAAAAAAAAAAAAA BOLUDAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
jajajaja