domingo, 2 de marzo de 2008

Tiempo de campanas

Llegó el día de quitar la arena del bolso, preparar la cabeza y cambiar la novela por ciencia.
Mis vacaciones expiran. Prolongadas, a la vista de algunos, siempre escasas a la mirada de otros….
La pileta que soñé ya no tiene agua, y me veo sentada en el borde sin querer salir… ¿Por qué? ¿Siempre fue así?
Decido viajar hacia atrás en busca de emociones perdidas…
El cantito del ufa las clases viene, y lo escucho, desde los chicos de hoy, desde los chicos de ayer, pero mi semblante se ablanda… Es sólo una muletilla que oculta un ufa a las clases y un pero ya está bien, porque ese ya está bien significa un volver a empezar…
Me voy lejos… a la calle Rivadavia, a mi escuela Del Centenario…
El volver a empezar significaba el paso inevitable por la librería para renovar nuestros portafolios y comenzar el año con todo nuevito incluidas ilusiones, espectativas, deseos …
La cartuchera nueva, si era tipo “librito” con cierre y divisiones mejor…
Los lápices de colores Faber. Los Staedler de colores eran lo más, pero llegaban por ocasiones como por ejemplo un súper regalo de cumpleaños… A marcarlos con el nombre protegido por una cinta Scotch, o mejor si el abuelo le sacaba con un cuchillo afilado un trocito de madera del lado opuesto a la mina, para marcar a fondo nuestra pertenencia escribiendo allí el nombre con birome…
¿Y la goma? A partir de tercero se imponía la roja y azul, ya que gracias a nuestro trazo más firme nos habilitaban al uso de biromes, BIC de trazo fino, azul, la negra se deterioraba más fácil. …
La regla, pero no sola, mejor si era un set… con escuadras y transportador, aunque todavía no lo usáramos más que para dibujar un arco iris.
El compás, al que le recambiábamos la mina con un trasplante de órganos, mutilando nuestro lápiz negro Faber N° 2. Sí, N° 2 y no otro… ya que daba para todo…para castellano, no lengua cómo hoy, matemática y hasta para dibujo….
Las fibras. Sylvapen chiquitas, en cajita de seis colores… ¡Qué modernas! Ni que hablar cuando aparecieron las cajas de dos pisos con doce variantes de colores…
Los cuadernos gordos Rivadavia, con hojas gruesas que resistían los avatares de la punta pinchuda del lápiz, sin que les quedaran huellas que comprometieran la prolijidad de la tarea… La primera hoja y las etiquetas, con trazos lindos, de adultos, de mamá...
Las hojas canson blancas, nada de colores, nada de tamaños grandes….
El mercado escolar era bastante estándar, pero nos alcanzaba… el portafolio se reciclaba y “tiraba” para varios años…
El short y la remera blancos para educación física, las zapatillas “flecha”, iguales a las que aparecieron ahora de onda, en los negocios más cancheros para las chicas, eran la máxima aspiración. Las Pampero quedaban obsoletas, y las Adidas eran casi inalcanzables. Una zapatillas de cuero blancas con tres tiras de colores… azules o rojas, color por demás transgresor…
Un “rompevientos”, y en el mejor de los casos un “equipo de Gimnasia” onda jersey…
El delantal blanco, con moño…. El cinto con botones era para las más grandes… dos bolsillos, el del papel higiénico y el del pañuelo, en el que se colaba una moneda para la merienda, gracias a la generosidad de los abuelos en la visita del fin de semana.
Y la insignia de la escuela, cosida por mamá con dedicación, que sellaba nuestra identidad y nos ponía la camiseta interior para toda la vida.
Me parece verlo listo, colgado en una percha en la puerta de mi dormitorio, esperando el gran lunes… esperando que la campana de la escuela nos convoque.
Me acerco en el tiempo, paso por mi Escuela Normal, ya más grande, con una simple cartuchera, una carpeta negra, con su color oculto detrás de imágenes recortadas de las revistas de moda, protegidas por el plástico grueso tipo cristal… galanes, propagandas, letras….
Mucha imaginación en su preparación. Una buena portada marcaba nuestra entrada incipiente en esa maravillosa adolescencia…
Nada de mochilas, aunque el desparramo de libros fuera más que notorio, y no nos alcanzaran los brazos para retenerlos…
Nada de campanas, solo un timbre chillón, al que nuestros oídos rebeldes se resistían a responder cuando marcaba el fin del recreo, el fin del momento de amigos, el fin del encuentro en los baños para los fumadores, el volver a la clase…
Me veo mamá, reestrenando ilusiones a través del paso de mis hijos por la misma escuela…. Recorriendo librerías, cargando mochilas, cosiéndoles insignias… induciéndolos a sentir… a querer… a vivir plenamente esas épocas del ufa las clases
Y sonrío, porque crecieron y salieron de esas aulas. Porque ahora ya son grandes, añoran el ufa las clases y sin tapujos, con sus palabras, sacan sus más profundas camisetas de los años de escuela, del tiempo de amigos sinceros….
Y sonrío porque creo que aprendieron….¿Ciencias???...Quizás…. Pero ¿valores? ¡Seguro!!!
Y mañana cuando atraviese la puerta del aula y me reciban con el ufa las clases me limitaré a sonreir… porque ya aprendí… porque ya viví… porque comprendí que con ese ufa las clases, sólo estarán pidiendo ayuda para abrir sus portafolios para seguir creciendo…

Myrtita