viernes, 7 de marzo de 2008

Juego de poder

¿Nunca sintieron la intimidación que provoca la línea blanca de Gasalla?...
¿Nunca se sintieron en franca desventaja frente a la abrumadora presencia del que detenta la última palabra del otro lado del mostrador?…
Hagan memoria…. ¿ No?¡ Quizas sí la primera vez!…. Quizás ya no la recuerdan….
Y ¿si refrescamos la memoria?...
La cola comenzó a crecer. Faltaban 10 minutos para que abriera.
No sabía a ciencia cierta para qué era, pero la cercanía al acceso principal, me parecía indicar que yo debía ser parte de ella. Aunque sea probablemente esa cultura de colas, innata de nuestro ser nacional, la que me llevó a formar parte de ella.
- Son puntuales.
Fue la respuesta a ese diálogo obligado que genera la proximidad en la espera.
Mi impaciencia detenía el reloj de la Municipalidad, que jugaba a ocultarse tras las ramas de los árboles de la plaza, más allá de que sus agujas aparecían lejanas y borrosa ante mí.
Diálogos familiares, laborales, el tiempo, recreaban el sonido de este entorno del que no podía escapar.Diálogos que no despertaban en mí, el más mínimo mi interés….
Las ocho campanadas, ponían a prueba las palabras de mi predecesor.
Imaginaba que las puertas se abrirían, casi mágicamente al terminar el eco del último tañido.
Pero "Ingenuidad" fue mi pensamiento. Myrtita ingenua. Nada ocurrió tras el silencio.
Pasado ese hito fijado para un evento, la espera ya desespera.
Minutos más y finalmente, con pasos remolones, la cola empezó a caminar.
Una nueva carrera se desató dentro del edificio. Todos corrían… yo también. ¿Por qué? No se.
Parecía la práctica más aconsejable. Y corrí. Hacia el fondo corrí.
Me detuve, y de pronto me vi inmersa en una nueva cola. ¿Para qué? No sé. Pero parecía lo más conveniente. Ocupar una de las primeras posiciones para algo.
Las ventanillas se fueron abriendo de manera sucesiva. No de una, no en simultáneo. Cada uno tiene su ritmo.
Se establece aquí un juego de poder. Detrás de la línea, el pueblo. En el mostrador, los que saben, al menos los que tienen la última palabra, que no siempre coincide con la que debe ser, ni tampoco con la que deseamos oír.
Y yo en la cola. En la cola para algo, que quizás fuera para lo que necesitaba. ¿Preguntar? Nunca. La cola es lo correcto. Si todos la hacen…
Ligeros movimientos, a modo de gimnasia desentumecedora, en mi lugar, denotaban mi impaciencia.
No avanza.
- ¡El que sigue!
Y un paso más al frente.
El frío del aire acondicionado me golpea. Prefiero no avanzar. Me da frío.
Pero nuevamente el juego del poder.
Las miradas de las miles de personas que se ordenaron a mis espaldas, me pesan. Me perforan la nuca y sus pensamientos achatan mi aura.
Contra mi voluntad doy el paso hacia esa glacial posición. Ignoro mi piel de gallina, esperando ansiosa un nuevo llamado que me ubique en una posición más privilegiada.
-¡Uno más, por acá!
Estoy salvada. Ya zafo del frío y la salida de este laberíntico paseo está más cerca.
Estoy ahí. A punto de cruzar la línea blanca.
- ¡El que sigue!
¡Soy yo. Me toca!
Avanzo intentando un paso firme, que nada tiene que ver con mi estado de ánimo. Los trámites me intimidan.
Me acerco a la ventanilla.
Deslizo poniendo en manos del que sabe, mis notas perfectamente repasadas para la ocasión, en un pequeño papelito, por debajo de la ventanilla.
El personal capacitado lo mira, con esos ojos severos del poder que le confiere estar del otro lado del vidrio.
Mi corazón palpita esperando su respuesta. Mi mirada de ansiedad, intenta seguir sus ojos y leer su mente.
Siento la presión de la cola que creció a mis espaldas. Intento no volver la vista atrás. Espero una respuesta casi silenciosa, que acepte mi petición, o que no deje en evidencia mi falta de sapiencia en el tema.
- ¡Acá NO! ¡Primera ventanilla a la izquierda! Fue la contundente respuesta emanada con un vozarrón que se oyó hasta la puerta.
- ¡Gracias! Fue mi tímida respuesta.
Siento el placer por la celeridad de mi trámite en el pensamiento de mis seguidores en la cola. Sonrisas perversas. No miro atrás, más las intuyo.
Levanto la vista, giro la cabeza y la veo. Allá estaba. Sola, sin colas con un cartelito manualmente confeccionado, con trazos no perfectos, que escondido a mis ojos señalaba: Transferencias aquí…
Me acerco, como la sumisa mascota que ya recibió un reto y una voz casi melodiosa me recibe.
- ¿En que la puedo servir?
Levanta mi espíritu. Me anima. Reduce el juego del poder que intimida. Me invita al diálogo. Termino mi trámite. Pude. Mi primera vez.
Levanto mi cabeza, giro y ensayo de nuevo mi paso firme para desandar el camino. Esta vez suena real, ya no me pesan las miradas. La experiencia ya es mía, y me retiro, con la satisfacción del deber cumplido…
Myrtita

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, debiera tener un final donde el empleado sea insolente. No sería malo publicarlo en el diario local.
Mario