miércoles, 1 de agosto de 2007

SINDROME DE DIOGENES

Un señor escribió esto; una señora lo mandó por mail;
a Myrtita le gustó y lo comparte con ustedes...
para que después de leerlo, comenten si se identifican con estas antigüedades.


"Si lo buscan en inte
rnet lo encontrarán, pero para nosotros simplemente fué el pasado vivido, probablemente haciendo honor a nuestros antepasados que vinieron a "hacerse la América". Y nos enseñaron a ahorrar.
En el mundo de hoy, ocurre que tenemos la obsesión de tirar las cosas cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le
ocurre agregarle una función o achicarlo un poco. No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los chicos
y los colgábamos en la cuerda junto a los chiripas, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron inescrupulosamente a los descartables! Si­, ya se. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podí­an con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad. ¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí­ del mundo y ahora no se por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora está bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. ¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos! Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que vení­an después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que habí­a en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera seis veces.( y de auto ,....no me acuerdo) ¡Nos están jodiendo! ¡Yo los descubrí­.! Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. ¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros? Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más basura. El otro dí­a leí­ que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veí­amos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Quien no tenía en su casa una habitación ( inhabitable) para los trastos de varias generaciones? De por ahí­ vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el "guarde, guarde que alguna vez puede servir para algo" pasarse al "compre y tire que ya se viene el modelo nuevo". Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si­ era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que serví­a y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo. Si. ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podí­an servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardí­n y no sé cómo no guardamos la primera caquita... ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo? ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron? ¡Tooodo guardábamos! Y las cosas que nunca usarí­amos: botones que perdí­an a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en una caja que pasaba de herencia. Partes de lapiceras que algún dí­a podí­amos volver a precisar, cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchones. Encendedores sin gas o encendedores que perdí­an el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabí­amos bien si habí­a que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podí­amos creer que algo viviera menos que un jazmí­n. Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡Los diarios!! Serví­an para todo: para hacer plantillas para botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para las misiones o para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traí­a el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volví­an cinturones y posamates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decí­a "Este es un 4 de bastos". Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así­ como hoy las nuevas generaciones deciden "matarlos" apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney. Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertí­a en base y nos dijeron: "Tómese el helado y después tire la copita", nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfono. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas. Las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desecharon y los que preservamos.
¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efí­mero. No lo voy a hacer!!! No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour. Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a mi mujer como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que mi mujer me gane de mano y sea yo el entregado."...

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Myrtita

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cómo en una sola página, alguien puede repasar toda una filosofía de vida, la de tantas generaciones y nuestra...
Solo puedo decir, genial !!! y, por supuesto, GRACIAS.

Besos. Andrea.

Anónimo dijo...

el que se puede identificar mucho con esto es Rico que no tira nadaaaa!!!!!!!!!salvo algún día a la mujer del balcón(cuando tenga)cuando vuelva se lo haré leer está genial,yo me identifico con muchas de estas cosas ni les digo si entro a abrir cajones.Besos
Ale

Anónimo dijo...

jajajaja yo me rei con el mensaje de ale que edu la va a tirar por el balcón.. eso va a ser lo único que tire!
y me gusto demasiado el escrito..
seguí asi vieja, con las cosas lindas que dejas

piLi

myrtita dijo...

Gracias mi nena!!!
TQM