El mantel a rayas, tiene historia en la familia. Lo recuerdo
desde siempre.
No puedo decirlo con certeza, pero al entender de mi
imaginación y sin haberlo preguntado oportunamente, fue parte del ajuar de mamá,
quizás bordado con amor y dedicación o quizás comprado con un ahorro atesorado
en alguna tienda.
Rayas azules y blancas, ni finas ni gruesas, borde
festoneado a máquina en color azul, medias flores aplicadas. Azules y rojas en
las esquinas, una verde en cada lateral y un centro coronado por medias flores verdes,
azules y rojas, todas sutilmente enlazadas por hojas y frutos pequeños bordados
en color marrón.
Los colores acusan el paso del tiempo, el azul intenso se ha
vuelto lavanda, las flores han perdido brillo, pero conservan su lozanía, y las
hojas han atenuado su intensidad sin romper el lazo que simbolizan.
Lo recuerdo desde siempre. En algunas mesas especiales, y más
tarde cubriendo las mesas de todos los días. Lo recuerdo en aquel cajón del
armario de la cocina cuando los lavilistos invadieron el mercado, desplazando a
los manteles que necesitaban de las planchas para lucir.
Día tras día, año tras año, el mantel de rayas estaba ahí,
siendo parte de la familia, compartiendo sus momentos. Atesorando vivencias.
La vida sigue su camino y esa rueda nos coloca en roles
diferentes. De repente, un día, me convertí en propietaria del mantel de rayas
azules. Él se convirtió en parte de mi Tapera, y desde hace diez años comparte
mis mesas.
Ya nadie pregunta con que mantel se tiende la mesa. Siempre
el mantel de rayas azules. Desayunos, almuerzos, cenas.
Pero no todo es romanticismo para mi valiente mantel de
rayas azules. Semana tras semana lucha en una batalla sin tregua contra las
manchas.
- ¡Cuidado, el mantel está recién puesto! La alerta se
dispara cuando la salsa impacta de lleno en alguna raya.
- Usen plato debajo de la taza y bandejita
para comer, me escucho decir cuando la cuchara con café o chocolate se sienta
sobre las flores que lo embellecen, y la miel no llega a destino y endulza sus
flores que caen el camino.
Yo sufro, y él resiste a todas
las embestidas, resignado y a la espera del viaje dominical que termina en un
lavarropas. La plancha tibia que le devuelve su prestancia, y un baúl de auto
que lo cobija esperando el regreso a su espacio campero.
Un torbellino de ideas, dispararon las rayas de mi mantel
mientras desayuno con él, afuera en mi jardín de otoño, escuchando pájaros,
mirando verdes. Desayuno en paz, en su compañía.
De repente una carrera me sorprende, no hay tiempo para
protegerme. Me saltan, no entienden el NO. No entienden el SENTADOS. Su alegría
y amor desbordan.
La taza se salva. Mi mantel no. Seis manos, seis manos
embarradas pintan sus rayas de marrón agregando un nuevo componente a las
embestidas.
Intento protegerlo, lo sacudo para atenuar las manchas, pero
no hay vuelta, las huellas quedaron estampadas en él.
Mi mantel a rayas registra nuevos rivales en sus batallas.
Perros.
Manchas, huellas, salsas, rayas sin brillos. Vida.
EL karma del mantel a rayas ya es parte de la tradición
familiar.