sábado, 15 de noviembre de 2008

Cartas

La caja de las tres tiras descansa en la repisa del cuartito del fondo. Contiene a los ojos de algunos papeles, amarillos por el paso del tiempo, húmedos, con tintas corridas que se esfuman de los renglones como queriendo resguardar la intimidad de las palabras de aquella época de juventud.
Una caja, allí perdida, con su aspecto a cosa vieja es depositaria silenciosa de toda una vida, de recuerdos, de confesiones, de ilusiones, de amores pasados, bajo la forma de cartas.
Una caja que con sólo remover su tapa deja escapar los secretos más profundos y genera un torbellino de sentimientos y sensaciones. Todo parece volverse actual.
Llego a aquella oficinita de correo improvisada en el sótano de la casa de gobierno, desafiando esa escalera de peldaños angostos y pronunciados armados con los durmientes del ferrocarril.
Compro las estampillas para esa carta simple, portadora de anécdotas, que si bien revisten el carácter de trascendentes no parecen tan importantes como para invertir en un sello para ser certificada o expreso.
El rodillo para pegarlas en el sobre está allí, en ese alto mostrador, contra la pared. Tomo las estampillas, las deslizo por él una a una y me cercioro de que las puntas queden bien adheridas al sobre.
El trámite termina.
Salgo en busca del buzón rojo en la puerta. Una última mirada a mi carta y me despido de ella tirándola por la ranura, mientras agudizo el oído tratando de sentir que llega al fondo.
Ahí quedará a la espera de que ese alguien sin rostro la retire y de manera casi mágica la lleve a destino.
Un día para llegar, si no va muy lejos, otro día para volver, si la respuesta es rápida, casi inmediata. Dos, tres, cuatro días, o más de ansiedad para saber si a la vuelta de la escuela el cartero ya pasó trayendo las noticias esperadas.
Qué lejanas parecen estas cartas, con su estructura que se enseñaba en la escuela con el rigor de los contenidos formales.
Qué lejanas parecen estas cartas, escritas con la mejor letra, con ortografía controlada.
Qué lejanas parecen estas cartas, con la fecha a la derecha, el encabezamiento y saludo, formal o informal, su cuerpo que comenzaba ahí, justito debajo de los dos puntos del Querido o estimado Pepito, la despedida, la firma… Ah, y la posdata que se hacía más larga que la misma carta cuando nos olvidábamos de narrar aquella jugosa vivencia.
Qué lejanas parecen estas cartas, que se escribían en papeles especiales.
Qué lejanas parecen estas cartas, con sobres con destinatario al frente y remitente al dorso, en la solapa que se pegaba con una pasada de lengua.
Destinatario y remitente, dos términos que hoy suenan desconocidos para los chicos, que asimilaron el Para y De en las nuevas formas de comunicación.
Qué lejanas parecen estas cartas, desplazadas por la comunicación casi inmediata del e-mail, que no conoce de intermediarios como la figura esperada del cartero.
Qué lejanas parecen estas cartas, desplazadas por los escuetos mensajes de texto de los celulares, que no conocen de buena letra, ni siquiera de ortografías, sintaxis y puntuaciones.
Qué lejanas parecen estas cartas, que comenzaba de manera casi indefectible con un “espero que al recibir la presente estés bien de salud…” y una despedida con “a la espera de noticias….”
Qué lejanas parecen estas cartas, y que cercanas y vigentes esas que descansan ahí, en el cuartito del fondo, en la caja vieja de las tres tiras
Qué cercanas estas cartas, que atesoran mi vida, mis recuerdos a pesar del color amarillento de sus hojas…
Qué cercanas parecen estas cartas, que no se borraron con un click.


Myrtita

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