Hoy estoy triste. Quise evitarlo, manejar el dolor, el malestar, la angustia, pero fue querer tapar el solo con mis dedos. Todas esas sensaciones afloraron, a borbotones como las lágrimas que no consigo secar.
Myrtita dramática. Me leo desde afuera y esa no soy yo.
Myrtita misteriosa. Esa tampoco me gusta.
Myrtita estafada. Esa duele.
La ilusión de deuda saldada acompañaba el pago por transferencia. Ya
estaba, mi cambio constructivo estaba en marcha.
Una llamada telefónica me puso en alerta. La transferencia no llegó.
Imposible si fue a la cuenta indicada. La repaso. Faltó una letra, un
punto.
Pero el dinero salió, y salió hacia otra cuenta, que, gracias a la
potencia de la digitalidad y las redes, fue fácilmente identificada. No sólo
con CUIT, sino también con nombre, apellido, cara, dirección, actividades,
familia, vida.
Recurrí al dispositivo de pago, intentando revertir mi error. Alias
equivocado.
La amable secretaria de IA, me respondió que solicitara la restitución
del dinero a la errónea destinataria, cosa que hice. En un período de no más de
siete días debía ser la devolución.
Al instante, la misma secretaria me pedía que calificara su accionar
para poder mejorar.
Le respondí, ¿qué querés que te diga? Un cinco por amabilidad, pero un
cero en solución, ya que el accionar más justo, aún sin saber el cómo, entendía
que era la devolución del importe.
Busqué encauzar una solución entre humanos, a través del diálogo. Me
comuniqué con la titular de la cuenta beneficiada con mi dinero. Asumí mi
error. Mostré comprobantes, mostré evidencias más que elocuentes. Intercambie
palabras con respuestas burdas, negacionistas, no correctas que terminaron en
un, ese dinero no está impactado en ninguna de mis cuentas y listo. A
continuación, dio unilateralmente, el tema por cerrado y me bloqueó.
Al mismo tiempo daba de baja sus Instagram comerciales y sus
apariciones en redes sociales, acciones que me dieron a pensar. Si sos
inocente, ¿qué necesidad tenés de desaparecer?
Sólo con responderle a la amable secretaria de IA, restituyendo el dinero, se
acababa el conflicto de manera justa y armónica.
Técnicamente mi error y sus consecuencias llegó hasta ahí.
Pero Myrtita que imaginaba controlar emotivamente una situación,
finalmente se vio desbordada.
Buscó refugio en su cámara. Buscó hojas, buscó fuego. Así empezó a
pasar páginas, a encenderlas y a desencadenar clics sobre ellas, intentando
apaciguarse y poder contar su dolor desde las fotos.
Las mejillas están húmedas todavía.
No duele el dinero. Duele la maldad, la mala fe, la falta de educación,
la falta de honestidad, el negar la evidencia aún con las pruebas en la mano.
Duele haberme enfrentado a esa realidad.
Duelen la prueba y evidencia que me hicieron entender el porqué, el
mundo está como está y difícilmente se pueda revertir.