viernes, 23 de diciembre de 2011

miércoles, 21 de diciembre de 2011

domingo, 18 de diciembre de 2011

Una caricia para el alma

-Myrta, te buscan para el video por los 25 años.
- Lucy, deben estar equivocados. Hace un año que cumplí los 25 años. Ya me regalaron una birome.
- No sé, pero vení. ¡YA!. Acá te esperan.
De nada valía seguir dando razones ante semejante contundencia, por lo que suspendí mis tareas del día y me dirigí a la mesa de entrada de la facultad, sin perder la idea de dar mi explicación racional, pero de manera presencial a quien allí me esperaba.
Pero me quedé sin argumentos. Las pruebas estaban ahí y a ellas se remitían para convocarme. Acababa de cumplir 25 años. 25 años que me rejuvenecieron el alma con una especial alegría y 25 años que me llenaron la mente de historias. 25 años de servicio en la universidad no era poca cosa.
En consecuencia a la que buscaban por el video institucional de los 25 años era yo, y no otra. No quedaban dudas.
No sabía bien de que se trataba esa movida pero la suerte estaba echada y Myrtita embretada sería una protagonista más de ese video.
Fue así que las partes se encontraron: el periodista, el camarógrafo y la estrella.
Esperaba el cuestionario, la entrevista guiada, las instrucciones, pero lo único que llegó fue la sugerencia de pasarme el cable de un minúsculo micrófono por debajo de mi camisa para evitar que quedara expuesto y la advertencia de ubicarme para enfocar lo más lindo del paisaje y minimizar la interferencia del viento que se empeñaba en volarme con sus fuertes ráfagas.
La misión del micrófono no fue nada sencilla. La travesía del cable era larga para llegar a destino sin desnudar mi alma, digamos. Pero lo logré.
Esperaba las palabras del especialista, ya no de imagen, sino de contenidos que se circunscribió a un escueto:
-A la cuenta de tres comenzá.
-¿Qué? ¿Comenzá qué? fue lo único que atiné a preguntar.
-Comenzá a hablar. Contá sobre estos 25 años.
-Ah!!!! ¡Qué sencillo!
La situación no era fácil. Comenzá a hablar significaba en tres minutos, frente a una luz parpadeante y sin nervios intimidantes de por medio, desandar una vida.
-Entonces, ¿digo todo sola?
- 1, 2 3… YA!
Y la caja con historias se destapó y pude ver el fondo de ella. Un fondo muy lejano que se anclaba más allá de 25 años, ya que comencé a ser parte de la UNER al decidir ser ingeniera agrónoma, recién salida de un secundario con miles de temores.
En un santiamén me encontré en una facultad nueva, con un edificio incipiente que nos obligaba a ser nómades en nuestras primeras clases. Un predio sin asfalto que nos obligaba a cambiarnos de zapatos los días de lluvia para entrar a rendir civilizadamente, cuando el colectivo nos tiraba en la ruta lejos del piso firme.
Una facultad muy en obra en la que nos apropiábamos de la ciencia en aulas sin revoques, con focos desnudos que colgaban de vigas de hierro que sostenían chapas sin cielorraso, con contrapisos sin baldosas, barridos y humedecidos para que el polvo hiciera una tregua que nos permitiera ver el pizarrón, en aulas con sillas con mesitas unidas que se movían buscando afinidades y tejiendo lazos entre esas caras nuevas.
Nos íbamos apropiando de las ciencias del campo sin despliegues tecnológicos. Con pizarrón negro, tizas, libros, apuntes y voluntades de docentes por enseñar y de alumnos por aprender. Con salidas al campo, prácticos con frío y cultivos con calor.
Con partidas de truco que se libraban en los ratos libres en galerías descubiertas, al lado del kiosco de coca cola como único refugio.
Escucho la bocina del colectivo desde la ruta anunciando su última pasada por Oro Verde a las 20:30 hs. Nos agarraba desprevenidos en una clase. Nos obligaba a la carrera para abordarlo y no tener que recurrir a hacer dedo en la ruta para volver a Paraná. El dedo era el medio de transporte más difundido y más práctico entre la población estudiantil.
Una época de agendas apretadas de parciales y finales.
Números, yuyos, bichos y en un tiempo relativamente corto un título en la mano como pasaporte para el trabajo calificado.
Una etapa culminó aunque el escenario siguió siendo el mismo, pero con aulas revocadas, con pisos lustrosos, cielo raso, luces, pizarras blancas y marcadores. Las mismas sillitas con mesa que se movían buscando afectos pero yo ya no estaba ahí, ahora era profesora.
Y pasaron 25 años. Desde auxiliar de docencia a Profesora adjunta. Ni de bichos ni de yuyos. De bits y de bytes y de computadoras metidas con el campo. 25 años de aula con 25 camadas de alumnos que me dejaron experiencias únicas e irrepetibles. 25 años signados por enormes avances tecnológicos. 25 años en los que la facultad creció y se ganó un lugar trascendente en la educación superior. Me involucro en ella y mientras hablo me doy cuenta del enorme orgullo que siento de haber sido un pedacito de esta historia y de llevar en el alma y para siempre esta arraigada camiseta UNER.
- Listo. Ya está… Salió muy bien… ¡Muchas gracias!
La luz roja se apagó. La prueba había pasado. Yo cumplía 25 años de servicio y la Universidad de alguna manera nos daba las gracias con esta pequeña caricia para el alma.

Con un clic les muestro como terminó la historia.
Myrtita

martes, 13 de diciembre de 2011

Una nueva oportunidad


Como dice la canción
"...siempre habrá un segundo tiempo..."
y eso pasó.
mi muro verde vivo un sueño
que vuelve a tomar forma
Myrtita