domingo, 24 de junio de 2012

La bolita jabonosa

La ducha es un espacio mágico y con estas palabras quiero dejar sentada, algo más que una hipótesis, dejo sentada una teoría irrefutable. Desde esta posición, apelo a la reflexión convencida de que no hay humano que pueda resistirse a sus encantos y a quedar atrapado en ella. Mientras el fuerte chorro golpea la espalda y moja, aún sin permiso, la cabeza las ideas comienzan a fluir sin barreras ni control. Canciones bregan por salir de nuestros labios que se esfuerzan en cerrarse para impedir la entrada del jabón, como si fuéramos tenores o sopranos decididos a asombrar al mundo sin movernos de ese cubículo. Situaciones pendientes, aparecen ante nuestros ojos cerrados mientras intentan evitar el anegamiento de la espuma. También logros, preocupaciones, metas inmediatas, proyectos a más largo plazo y recuerdos, huellas que se desnudan impunemente desde un lugar del alma hasta ese momento desconocido. Tanto preámbulo no significa que mis palabras se vayan a centrar en la ducha. Ella fue sólo un preámbulo para introducir algo que se disparó una mañana gris de un muy lunes. Los hábitos del entorno, en la infancia, marcan huellas. Rastros fuertes, a veces hondos que por ejemplo una ducha matinal descubre. Este recuerdo se disparó un lunes, día obligado de limpieza (primera huella marcada. De: mi abuela paterna. Frecuencia del hábito: semanal, los lunes. A Segunda generación: su nuera, mi madre. Período de convivencia dos años. Frecuencia del hábito: semanal, los lunes. De: mi madre Frecuencia del hábito: semanal, los lunes. A Tercera generación: la que suscribe. Período de convivencia veinticuatro años. Resultado: huella profunda. Los lunes día de limpieza. Huella atemperada por prioridades y el trabajo fuera del hogar.) Sigo sin introducir la idea desnudada en la ducha de una gris mañana del día de limpieza: la bolita jabonosa. Realizo un análisis introspectivo de ella y llego a la conclusión que desde que tuve uso de razón, esta huella comenzó su impronta en mí. De manera imperceptible, fue echando raíces, que veo como responsables de que hoy, en una mañana gris de día de limpieza, el recuerdo haya flotado en el cubículo de la ducha para ocupar todo mi tiempo de permanencia, que por cierto no fue poco. Decía antes que los hábitos del entorno, en la infancia marcan huellas, y esta que voy a relatar no es menor. En mi casa de la infancia el baño tenía bañadera. La jabonera no estaba empotrada en la pared, pero en el extremo de opuesto a la ducha en una explanada azulejada, en una jabonera plástica de pinches descansaba el jabón, a reparo del charco que se formaba por el impacto de la ducha. Cuando la pastilla de jabón sometida a un uso intenso, iba perdiendo su forma prismática volviéndose una delgada lámina era, automáticamente, reemplazada de esa posición de privilegio por otra fuerte firme y de colores brillantes que alternaban permanentemente. Azules, rosadas, amarillas o verdes. Pero esa lámina delgada que había servido a la causa de mantener pieles suaves y pulcras, no desaparecía plenamente sino que era desplazada al rincón de la explanada azulejada, y por una razón no develada, al poco tiempo, aparecía transformada en otro ser curvo sin límites agudos. Periódicamente se generaban nuevas láminas jabonosas, que se reemplazaban por nuevas pastillas de colores. Su destino siempre era el mismo, el rincón de la explanada azulejada. Pero estas láminas no asumían formas independientes, sino que por esa razón no develada, se sumaban a ese primer núcleo matriz, dando origen a una forma simpática, casi esférica y multicolor, de ahora en más: la bolita jabonosa. El fenómeno se sucedía. Ya era un hábito. Un hábito en tiempo de infancia que crea huellas profundas. Semana tras semana la bolita jabonosa en el extremo opuesto a la ducha crecía. Nadie la tocaba. Nadie aludía a su autor. Pero tenía un artífice, único, silencioso e irremplazable, que se mantenía en el anonimato y del que nadie hablaba. Cuando la bolita multicolor tomaba dimensiones considerables y manejables en un puño, volvía a emplazarse airosa en la jabonera plástica de pinches, dando licencia a la pastilla de forma prismática, de color uniforme que debía ocupar el espacio sobre la jabonera de pinches esa semana. La bolita jabonosa se convirtió en una tradición familiar. Nadie cuestionaba su creación ni mucho menos su uso que se había vuelto tan natural. El hábito de la bolita jabonosa superó la mudanza. La no bañadera de la casa nueva, el cambio de jabonera de pinches por jabonera de cerámica empotrada en la pared. La infancia llega a su fin y la adolescencia con su rasgo cuestionador se apodera de los humanos. Así fue como el hábito de la bolita jabonosa, un día, fue colocado por los adolescentes del hogar sobre el tapete para ser objetado. Desde una cruda mirada, el juicio omitía la valiosa figura de un silencioso defensor del planeta, que todo lo reciclaba y que por años había ido perfeccionando la técnica en su producción. Fue ese día que la autoría salió a la luz. Las manos artesanas y laboriosas que por años habían dado origen a esas esferas multicolores eran las del doctor Curita, el mago de los quirófanos. Los hábitos del entorno, en la infancia marcan huellas. Rastros fuertes, a veces hondos que por ejemplo una ducha matinal descubre. Crecí. Me emancipé. Formé una familia con hábitos que seguramente dejarán huellas de tiempo de infancia en mis hijos. Huellas que seguramente el tiempo no borrará. Salgo de la ducha. Es lunes, día de limpieza. El lavadero me espera. La jabonera es de plástico. No tiene pinches. El jabón se está terminando. Tengo que cambiarlo, pero creo que la bolita jabonosa que armé ya puede reemplazarlo.
Myrtita