miércoles, 30 de enero de 2008

¡A volar!

- ¡Mamá, todavía no llores que queda una semanita!
Esas palabras retumban en mi cabeza… una semanita… una semanita….
¿Qué es una semanita? Tiempo…. Corto…Largo…. Corto para mucho…Largo para poco… Nulo para mi estado de ánimo.
Si hablo de nido, suena más romántico, si hablo de jaula, más figurativo. Lo cierto es que en una semana, mi nido, o mi jaula se abrirá. Mi primer pichón saldrá al mundo.
Lo pienso, lo re pienso, no lo dejo de pensar…
Lo entiendo. Sí que lo entiendo. Sería tonta sino lo entendiera. Es la vida. Es su oportunidad. Y a ella me enfrento.
Está delante de mí y avanza. Ya falta poco para que este desafío se ponga a mi lado y comience a caminarlo.
Dudas. Me asaltan dudas. Será una nueva prueba. Mi bebé se va. Se va a comenzar. Se va a transitar su proyecto. Su elección. Se va sola.
Trato de extender mis alas, pero no alcanzan.
Llegan hasta definir su nuevo hogar.
Llegan a las puertas de esa nueva casa de estudios, que despliega su excelencia ante nuestra asombrada mirada.
Llego a recorrer con ella las aulas. Llego a su nueva habitación. Veo su nombre en un papelito sobre su nueva cama. Pilar. La reserva está hecha.
Miro con ilusión y hasta con cariño esas dos computadoras disponibles 24 hs. imaginando que me acercarán a ella. Todo limpito. Todo prolijo. Así me gusta, y en el fondo creo que así le gusta.
Porque es mi nena. La crié. La malcrié. Le transmití cosas. ¿Buenas?… ¿No tan buenas? Quizás… Pretendí darle cosas… Cosas de adentro… Valores que ya, en una semana deberán salir.
¿Estarán a punto para desplegar el desafío? Su nueva carrera, que ya no será en el agua, será en tierra, para volar!!
Las ideas brotan. Las lágrimas también, a pesar de la advertencia ”¡Mamá, todavía no llores que queda una semanita!”.
Lo entiendo, pero ¿cómo se hace? ¡Yo no sé! ¡Nadie me enseñó a despedir a mi hija!
“Irse les hace bien”… Yo no sé, yo nunca me fui, y creo que no me hizo mal….
Pero lo entiendo… Su carrera está allá, su horizonte también. Lo entiendo.
Pero las dudas…. Las dudas… Se va sola ¿Qué va a comer?….Hagamos un menú semanal…. Hagamos milanesas… hagamos comida…. Hagamos… Cómo si el hacer comida prolongara mis alas…
De repente…No hagamos milanesas… ¡Hacélas!... Yo te miro, te ayudo…. Aprendé….
Un curso acelerado de una semanita… que es poco… que es mucho….
Un costurero… ¿Para qué? Si nunca te enseñé a coser…. Ni siquiera botones….
La plancha… si siempre te planché, más allá de esa tarde en que tus ropas me desbordaron la paciencia y me declaré en rebeldía tras un fuerte grito “Pilar a planchar!”.
Y cuantas cosas pendientes veo… y se nos fue el tiempo… y comienza el tiempo.
No quiero ver negro. Aclaro mi mente…
Se fue el tiempo de "mañana lo hacemos"… viene el tiempo de aprovechar cada ocasión, porque a partir de ahora nuestros tiempos serán ocasiones.
Ocasiones para la charla, ocasiones para las dudas, ocasiones para las salidas cómplices, ocasiones para las huídas a Córdoba… Ocasiones para aprovechar juntas.
Se viene TU tiempo de ocasiones…. Ocasiones para aprovechar lo que se te ofrece. Ocasiones para hacer tuyo el camino. Ocasiones para vivir esa libertad anhelada. Ocasiones para brillar.
Desde acá me volveré espectadora… ¿silenciosa? No lo creo, me cuesta demasiado…. Espectadora ¿ansiosa? Más que probable… siempre lo fui…
Desde acá seré tu respaldo, seré tu regazo, y trataré de prolongar mis alas, no para encerrarte, sí para ese empujoncito si flaquean las fuerzas.
Prolongaré mis alas para llegar con ellas en una tibia caricia cuando nos sientas lejos.
Porque estaremos lejos, lejos… aunque te prometo que no existirá el lejos que nos aleje.
Suerte mi nena… ¡A volar!

Myrtita

lunes, 28 de enero de 2008

Mirada objetiva de una práctica arraigada

La partida ya había comenzado.
Agradezco que seis haya sido el número justo, para no dejar en evidencia mi falta de puntualidad, detalle sobresaliente en este tipo de eventos.
Nada de pérdidas de tiempo inútiles. Se cita a las diecinueve horas, y a las diecinueve horas se reparte la primera vuelta. Así de sencillo.
Con el deseo de no perturbar la mano, me ubiqué en la retaguardia. Un tanto atrás, lo justo cómo para observar, para tomarme mi tiempo y analizar la situación, los códigos, las formas ya que no soy habitué de estos encuentros.
Las partidas de cartas no consultan al Q del puedo, el Q del debo no existe y el Q del quiero se impone en la filosofía de vida de las contrincantes.
No le hacen a la lluvia, menos al sol, no al frío ni al calor. Siempre hay una buena excusa para repartir y apasionarse en el juego.
De repente no puedo evitar una sonrisa.
Gracias a un magistral enroque de mi mente, ya no estoy en la mesa, aparezco en una sala del Club Social y las protagonistas son otras.
Vislumbro a mi querida Abuela Elisa rodeada de sus fieles y consecuentes amigas. Me ubico en una siesta de sábado, quizás de domingo y allí están. Infaltables, dándole vida a aquel venido a menos Club Social, cómo sus últimos baluartes.
Puntuales, sí, más que puntuales. Una puntualidad casi enfermiza que exasperaba cuando el asado dominical se prolongaba más allá de las tres menos cuarto. La hora convenida.
Veo la mesa redonda, al lado de la puerta. La caja de las fichas de colores fuertes, rojas, amarillas, azules, verdes. Las cuadradas, las redondas, las aovadas. Las chiquitas blancas, probablemente de menor valor. Las fichas que en su descanso semanal eran tan codiciadas para nuestros juegos de armar, en las siestas que pasábamos con la abuela, y nos eran concedidas con la firme promesa de volverlas a su sitio respetando el orden en que las habíamos encontrado.
Veo las cartas francesas. Ken, plastificadas, sin aceptar otra marca. Las Ken, importadas por pedido a cualquier o a todo conocido que se atrevía a cruzar la frontera, cuanto más no sea a Paraguay.
El mantel de paño verde bien estirado, sin arrugas.
Veo los rostros. Ser convocado ya era un privilegio. Nada de democracia en estas elecciones. El pulgar hacia arriba denotando aprobación, el pulgar hacia abajo y el llamado sería para otra ocasión, o para el refuerzo ante la ausencia de las elegidas.
Y se cuela un “las elegidas”. No porque “los elegidos” estuvieran excluidos, sino porque en general era una reunión de chicas, ya sea porque la vida les había negado maridos, o bien porque éstos las habían precedido en su partida hacia la vida eterna.
Agudizo mi memoria y aparece un caballero en aquel grupo, pero no lo veo agraciado, más bien recuerdo un pulgar hacia abajo casi permanente para él luego de haber sido sometida a votación su convocatoria para el juego.
“Que juega lento…, que se pierde…, que dobla las cartas…, que está gagá…. “Y así el pobre era el eterno excluido.
El escenario está listo. Las fichas se reparten y la partida comienza.
A tirar las cartas para formar los equipos que confrontarán. Números altos con números altos, los bajos con los bajos. A la mesa dispuestos uno por medio. A levantarse para ganar las posiciones de partida.
Veo que juegan a la loba, o ¿será el tiempo de la canasta?
Las reglas no se discuten. Ya están pautadas. Todas las conocen.
Con la profesionalidad que les dio la práctica, las cartas se entremezclan prolijamente entre sus dedos. Puedo sentir el vientito y ese ruidito continuo que indica que la mezclada fue correcta.
A cortar. Reparten, siguiendo siempre el mismo orden. Hacia la derecha, el mazo a la izquierda.
El mutismo las invade. Sólo lo interrumpe la llegada del mozo del club, con su consabida pregunta ¿Té o café?
Levantan la mirada, murmuran una respuesta y continúan. …
- Yo salgo ¡Entrás vos!....
Vuelvo a mi realidad, me están ofreciendo un rol protagónico. Me siento privilegiada. Casi como en la época de mi abuela. Acepto y tomo mi posición.
No puedo evitar las comparaciones. El juego ha cambiado, el montoncito es la razón de la reunión.
Eso sí, en equipos, formados como en aquella época. Las mismas posiciones y a jugar.
Analizo la situación, observo mis compañeras, las reglas, los códigos. Siento que son innumerables, difíciles de asimilar de manera simultánea al juego. No amedrento y lo intento.
El pozo a la derecha, con la carta acostada. Los montones de descarte a la izquierda del pozo. Son tres, ordenados de derecha a izquierda y no de izquierda a derecha como me gusta. No hay margen de creación. La regla es así, hay que acatarla.
Me toca dar. Nadie toca las cartas hasta que se hayan repartido. Me gusta dar en círculo. "¿Cómo vas a dar así?", "¿Cuál e s para cuál?" Levanto mi vista y un “Yo se, tranquilas” se me escapa. No innovo mi forma de dar. ¿Porqué debería hacerlo si siempre repartí así? Lo comprenden y me dejan.
Creo que en el fondo mi presencia es un factor de intriga. Ellas ya se conocen, ya saben como juegan, tienen sus códigos. Yo no sé. Mi última práctica se remite a un año atrás, en esa misma mesa, con las mismas contrincantes. "¿Se acordará...?" Imagino que será la duda.
La partida comienza. Dos partidos. Dos ganados y se termina. Uno y uno, obliga a un tercero, el mudo. Así como suena, el mudo, en una soledad absoluta. Sin pistas, sin miradas, sin recriminaciones, al menos instantáneas. Cada jugador plantea su estrategia de manera inconsulta.
Soy parte, pero a su vez me siento fuera. Observo, me divierto.
Veo esas miradas furibundas ante el error que aguardan que la carta de descarte sea apoyada en la mesa para explicar cuál era la jugada precisa que la compañera no advirtió.
Escucho escusas, contraataques. Se pelean. Me divierto.
Estrategias sumamente estudiadas. Las cartas precisas para llegar a un final coordinado entre tres.
Un final simultáneo.
Juegan, no a ganar, sino a hacer perder al otro.
Juegan con el alma, a rabiar, a morir… Y al momento cuando la partida pasa, ya no recuerdan ni los resultados y la armonía vuelve a reinar de manera espontánea.
Códigos. Reglas. Miro al frente, están mis cartas. Vuelvo mi mente al Club Social. Los códigos se mezclan en los tiempos. Los reveo, las reglas son las mismas, las pasiones desatadas sin diferencias…
- Te toca jugar
Vuelvo…
Me despido de mi abuela, su partida continúa, la mía también.
Myrtita

domingo, 27 de enero de 2008

Capítulo 1 - Una misiva promisoria

Hoy hace catorce años que se fue. En su memoria vaya esta primera entrada, de una nueva serie con una historia maravillosa...
El 8°G, al fondo del pasillo a la derecha, exactamente después del escalón, en breve se convertiría en mi nuevo hogar.
Diciembre del ´86 era el mes del aprestamiento, de las pintadas, del carpintero, del plomero, de las mudanzas, del dejar todo listo para la nueva etapa que comenzaría el 10 de enero.
Al tomar posesión real de nuestro nuevo domicilio ocurrió lo que marcaría profundamente aquellos años maravillosos de mi vida.
En nuestra presentación no hubo rostros, sólo un escueto papelito debajo de la puerta.
“Soy Bonel, su vecino del 8° F. Pongo a su disposición mi teléfono para lo que necesiten. El número es 21 82 77”
Hoy, en la era de las comunicaciones y de la telefonía celular, esa misiva suena casi cómica.
Hoy ofrecer un teléfono, cuando casi la totalidad de los humanos maneja uno propio, suena descolgado. Pero en aquel momento, la Compañía Entrerriana de Teléfonos ejercía su monopolio y conseguir una línea era una verdadera utopía, y en el caso de existir alguna línea disponible, seguramente porque su dueño abandonaba este mundo, la adquisición de ella estaba vedada al pueblo, era cosa de reyes o de magnates con gran poder adquisitivo.
Encontré esta misiva una tarde al regresar al hogar.
Provenía del 8° F al fondo, también sobre aquel desnivel, sólo una puerta, al lado de la nuestra con un inquilino hasta el momento no develado.
De apellido Bonel, Bonel pero con una sola ele. Qué jugada del destino, Bonel casi igual al apellido de mi abuela materna, ya que éste se reforzaba con otra ele final, Bonell.
La oferta sonaba tentadora. Disponer de un teléfono para no perder el contacto con mis amiguitas, lucía del primer mundo. Poder comunicarme con mi mamá en cualquier momento, me llenaba de alegría ya que nuestros domicilios quedaban “lejos”, en la escala paranaense, mis dudas culinarias surgían por doquier, y si bien todo era lindo la presencia materna en mi nueva vida se extrañaba.
El teléfono acercaría, por lo que de manera inconsulta y casi inmediata decidí repartir ese número en mi entorno social, aún antes de conocer al generoso propietario.
Myrtita

viernes, 25 de enero de 2008

QQQ vacacionales

El Q del debo se guarda tímidamente en el estío. Se reserva para los días de lluvia. Esos días que de manera inconsciente esperamos que lleguen en algún momento de nuestro descanso. Porque si bien el Q del que quiero y el Q del que puedo invaden nuestro espíritu, las cosas del Q del debo existen y silenciosamente se acumulan.
Todo lo que en épocas laborales no nos permitimos, hoy reinan en el hogar.
¿Orden? ¡No existe! El desorden reina.
¿Limpieza? ¿Adonde? Las arañas reinan, la escoba descansa.
¿Horarios? ¿Para qué? El hambre los impone, el cansancio los reglamenta.
El Q del debo, respetuoso aguarda su momento.
La lluvia y el fresco propician su momento. Lo convocan. Aparece con fuerza para revisar papeles, hacer la limpieza de esas cosas pendientes que nos dejó el año viejo. Esas cosas pendientes que pasaron a ser postergadas por el Q del quiero, acompañado del calor y las fiestas y habilitado por el Q del puedo.
Sin embargo el Q del debo, aún en su momento, debe buscar la complicidad del Q del puedo para persuadir al Q del quiero y así lograr el cambio de actitud.
Negociaciones que se dicen. Acuerdos silenciosos y tácitos que pondrán al Q del debo en una situación de ventaja.
Por la fuerza del Q del debo se abrirán las puertas de ese placard cómplice que permitió mostrar un impecable orden exterior, mientras en él se abarrotan las cosas tiradas en la prisa y amoldadas por la presión ejercida al cerrar la puerta, aún contra su resistencia.
Será el tiempo de sacar trapitos, la máquina de coser, los restos de hilo. Será el tiempo de plasmar artesanías. De coser botones, de reparar las medias. De entrar en la cocina para una torta, unas galletitas, o un plato especial. De acomodar las pilchas. De realizar trámites.
Será el breve tiempo que le daremos al Q del debo, hasta que brille de nuevo el sol, despierte el Q del quiero estimulando al Q del puedo para retomar la rutina veraniega, licenciando al Q del debo hasta la próxima estación.
Myrtita

viernes, 18 de enero de 2008

Noche de ensueños...

El asado sería el jueves. Con tiempo y sin lugar a imprevistos la convocatoria estaba realizada.
Probablemente porque para ELLOS no hay imprevistos. Nada puede echar por la borda su decisión, ni siquiera la ausencia del anfitrión.
Desde su lugar, ELLAS escuchaban. Una sonrisa casi imperceptible se dibujaba en sus rostros. La noche del jueves. La noche de galanes.
Aquella velada acabó. Cada uno a su hogar, sin perder de vista que el próximo evento estaba fijado, pero ELLAS no serían de la partida.
Los días siguieron su curso.

La tarde del miércoles ya caía, cuando un sonido me alertó que alguien llamaba, desde lejos, a través de mi preciada laptop.
Las sonrisas imperceptibles de esa noche, disparaban la idea, que sin palabras, ni alardes se gestaba en la mente de ELLAS.
-Myrtita, ¿estás ahí?
-Sí, hola.
- ¿Te parece una contrarreunión?
¡Qué amplias somos ELLAS! ¡Qué democráticas! ¡Qué consultivas!
La idea de ELLAS emergía, salía a la luz e intentaba tomar forma.
Las tecnologías de la información se pusieron en marcha a través de las más diversas formas. Mails, mensajes de texto, llamadas a celular.
Las chicas encuentran su espacio. Ya no jugamos más al teléfono roto, a través del correo de ellos. Las chicas ya se comunican solitas. Hasta las más resistentes a las tecnologías cuentan hoy con su telefonito.
Bastaron segundos para mover el avispero. La contrarreunión estaba en marcha, con lugar incierto, punto de partida desconocido. Sólo una hora, las veintidós, y un deseo, el reunirnos. Los detalles se acordarían sobre la marcha, ya que los imprevistos, en la agenda de ELLAS existen.
Porque ELLAS nos convocamos, porque ELLAS nos juntamos, porque ELLAS decidimos, pero en las decisiones de ELLAS existe con un margen de azar, de imprevistos, de dependencia, digamos. No de ELLOS masculinos, sí de ellos familia, hijos, padres, perros.
El imprevisto apareció. La convocatoria estuvo a un tris de caer. Fiebre, trabajo acumulado, compromisos ineludibles. Imprevistos...
Teléfonos al rojo vivo. Alertas.
-¿Vamos? ¿Desistimos?
-Nunca.
¿De multitud a dos?
Dos ya era un buen número, el mínimo necesario para no romper el compromiso.
Finalmente cuatro.
Movilidad única. ¡Que los móviles familiares los lleven ELLOS!
- ¿Picadita económica?
- Pero, si ya estamos vestidas…
- ¿Hay luna?
Y la astronomía con sus ciclos definió el destino gastronómico.
La elección, creo, fue inmejorable.
El río desplegó su seducción. Dejó que la luna lo insinúe. La música, las velas, el pescadito regional, en la bandeja como manjar de reyes.
Allí nuestra catarsis se puso en marcha, interrumpida por algún aplauso demandado por cortesía, cuando la guitarra y el acordeón, hacían la pausa en su inmejorable repertorio.
Acuerdos, opiniones, diferencias. No hablamos del mundo, no hablamos de nadie. Sólo nosotras.
Sin darnos cuenta, la luna se escondió. Flashes aparecieron desde el cielo. La guitarra se calló. Surgieron tambores. La batucada venía de arriba, de muy arriba, de esas nubes rojizas que empezaron a cobijarnos.
De repente volvimos a la realidad. Ya no quedaban comensales. Ni mesas. Sólo nosotras, nuestra charla y el río.
Al mejor estilo Cenicienta la velada llegaba a su fin. De luna de ensueños a tormenta desplegada.
Era tiempo del regreso, un regreso rápido, imprevisto, porque cómo les conté al principio, en las reuniones de ELLAS... los imprevistos existen!

Myrtita

miércoles, 16 de enero de 2008

¡Habemus cisterna!

No escribir esta entradita, sería como dejar una novela sin final. No obstante, desde el fondo de mi alma, anhelo que este final, sea el comienzo de una nueva y fluida etapa.
Anoche, entre chaparrones y truenos se produjo el advenimiento de este tan esperado adminículo.
Su corazoncito comenzó a bombear agua alrededor de las 20:30 hs.
Se alimentó satisfactoriamente a partir de la red local alcanzando un nivel óptimo en pocos minutos.

Su frecuencia de arranque fue buena y su conexión con los hermanitos de altura fue más que generosa, saciando su sed hasta llenarlos.
Nuestra cisterna ha nacido.

¿Será que mis baños de asiento en el chorro pasarán a ser historia?
¿Nos llegará el agua al tanque a partir de ahora?
¿Reinauguraremos el baño de la planta alta?
¿Mis plantas recuperarán su color clorofílico?
¿Las flores volverán a aparecer en mi jardín?
¿El ronroneo del lavarropas volverá a oirse durante el día?
Dudas y más dudas que no se evacuarán . No tendrán respuesta hasta que el calor retorne, porque hoy, en el DÍA UNO de mi gran inversión veraniega, está fresco, no hay sol, el agua que llega desde la calle tiene una presión infernal. Se recomienda atarse a la canilla antes de encender la ducha, porque con su fuerza arrasa…

Hoy el barrio descansa. No usa agua. Me la dejan toda para mí.
¿Y mi cisterna?

Duerme, descansa, probablemente esté juntando energías, para demostrar a sus dueños, que no fue la hija no deseada de este hogar, y que su presencia nos deparará más alegrías que esas vacaciones postergadas, en parte, por su forzosa llegada al hogar.
¡Que viva el intendente y todos los irresponsables responsables de nuestro bienestar!

Myrtita

viernes, 11 de enero de 2008

Rutinas

Las estructuradas jornadas del invierno quedaron atrás. El rigor de los horarios se desvaneció. El calor marcó el comienzo de la distención. No más horarios, no más rutina…
Sin embargo el correr de los días genera un nuevo cronograma. Nuevos horarios, definidos por el no perder tiempo. Por el aprovechar el tiempo al máximo. Por llenar el tiempo de nada, de no obligaciones, más allá de las obligaciones que se autoimpone el placer.
Hay quienes el placer lo encuentran en el sueño prolongado, sin límites. En lo personal, prefiero el alba, el madrugar y ver despuntar los primeros rayos del sol, marcando el comienzo de mis días veraniegos.
El agua, cómo elemento más preciado en las agobiantes jornadas que nos ofrece este veranito, toma forma en la pileta del club.
Temprano, más temprano que de costumbre, gracias a este hermoso cambio de huso que sufrimos sin desplazarnos en el mundo, con el fin de ahorrar lo que otros gastan por nosotros.
Así, estar a las 7:30 hs. en el club, cuando los nadadores del equipo comienzan su entrenamiento, dejaría más que en evidencia mi paranoia veraniega, por lo que demoro algo mi partida.
Las 8:30 hs. cambiadas, 7:30 hs. reales para mí, es un buen momento para comenzar a recorrer mi camino hasta el agua.
Bolsito al hombro, tablita Arena en mano, aparatitos torturantes en las orejas y a la calle.
El barrio ya está en pie. Esquivando escobas vigorosamente agitadas por las colonizadoras del barrio voy surcando veredas.
La plazoleta, en sombras da reparo al paseador de perros, que descansa en un banco con su jauría de las razas más cotizadas, durmiendo plácidamente a sus pies.
La parada de colectivo, con algún viajero en potencia que decide afrontar el centro ganándole al calor.
Las ventanas abiertas en un intento de refrescar las habitaciones.
Detrás de un vidrio lo descubro, “Diseño gráfico” y un par de dibujos y caricaturas. Detengo mi marcha para focalizar la imagen.
El dibujo, el diseño un rubro que me seduce y en el que a pesar de mi ignorancia, y gracias a mi caradurez chapuceo.
Sin percatarme de su mirada recorro las imágenes, y desde la ventana contigua surge la pregunta:
- ¿Te gustan? ¡Yo los hago!
Un sí por respuesta y el diálogo comienza. Sin preámbulos me cuenta de su obra, de su trayectoria y se desliza la invitación para mostrármela en algún momento en que convengamos.
Sigo mi marcha. Se hace tarde…. ¿Tarde? Si no hay horas….
Llego a detino. El entrenamiento ya comenzó. Los nadadores del equipo, afrontan su primer turno.
Y con decisión, mi lectura matinal afronta el primer turno, ahí, en la reposera al costado de la pileta, esperando que el sol me llegue.

Me sumerjo en las páginas de mi novela. Me transporto a la época colonial, amores, corsarios, piratas, condes, esclavos tejen una trama en la que la realidad y la ficción se funden y me evado del mundo... La pileta desaparece... mi mente ya no está acá...sufro, me alegro, padezco, me emociono...me compenetro a través de esa rica prosa repleta de metáforas que estimulan mis sentidos.
El agua se muestra calma. Los seis andariveles para mí sola, no me seducen todavía.
El sol se levanta, la posición de lectura, no favorece el bronceado uniforme. El calor no obliga todavía al agua.
Es tiempo de música. De soñar, envuelta en las melodías que emanan de modernos aparatos.
Mi querido walkman ha sido desplazado por uno de estos modernos y egoístas aparatos, MP3, que disparan la música para adentro.
Disfruto de ese egoísmo musical y acompaño con mis dedos un ritmo, imperceptible y silencioso para los que circulan por mi lado.
La paz se interrumpe, con un “Hola” de algún conocido que advierte mi presencia, y hace un alto en su camino para el diálogo.
Respondo y me levanto. El sol de espalda, unificará mi bronceado. La charla sin rumbo se entabla. Cosas triviales: lecturas, clima, calor, agua, acontecimientos relevantes.
La pileta toma color y sonido. Ya no estoy sola. Las caras aparecen.
Observo. Predominio femenino. ¿Será que los hombres trabajan?
Con paso firme y decidido llegan "las chicas",que superan la middle age, que no se amedrentan ni con el frío ni con la lluvia. Su objetivo, la pileta del fondo, el ejercicio sanador, la natación.


Las miro, y sonrio al verlas, sin dejar de admirar su actitud digna de ser imitada.
El sol más alto comienza a picar. El agua me llama. La pileta se ofrece cómo la mejor opción.
No me resisto al ejercicio. La gorra, la tabla y allá voy.
El primer contacto con el agua me estremece, pero al instante me invita a recorrerla.
Me dejo llevar con el impulso de la pared, y se larga la primera brazada. El primer ciclo de un estilo pecho deformado, lejos de la excelencia de los que saben.
Sin embargo avanzo. Respiro, cierro los ojos y avanzo. Siento que el agua me abre paso. Una, dos, tres brazadas. El escudo en el fondo de la pileta. Cuento sus líneas. Avanzo.
La cabeza comienza a volar. Ideas, imágenes, cosas pendientes… para más tarde.
Me concentro. Nadar largo. Una, dos, tres piletas. Mi meta hoy: más que ayer. 200, 300, 500…1000 m.
Tomo la tabla, para descansar sin parar. Patadas. Otra visión del entorno.
Así las caras se suceden día tras día. Son las mismas. La rutina se insinúa. Es distinta a la del tiempo frío, a la de la obligación permanente. Pero ya aparece. Se insinúa a partir de humanos hacedores de rutinas. Pero esta es distinta, esta es la rutina del verano.



Myrtita

sábado, 5 de enero de 2008

Noche de Reyes

A preparar el pasto y el agua para los camellos y los zapatos...
Si se portaron bien.... capaz que algo encuentran....
Myrtita

miércoles, 2 de enero de 2008

Las manchas de sangre

La velada se había prolongado.
El cambio de hora no favorecía el descanso.
Ni los humanos ni los perros se ubicaban en el mundo... -3 GMT, -2 GMT,-4GMT…
Así fue cómo su irracionalidad se vio potenciada esa noche. Los petardos, las luces, los ruidos, que anticipaban la partida de un año viejo, los alteraba. Bajaban las escaleras en tropel, subían, abrían persianas, se asomaban a la noche… Mi voz de mando era desoída. Nada los calmaba, ni los ponía en sus cabales. Esa noche mis canes lucían insurrectos.
El cansancio me venció. El inconsciente se apoderó de mi agobiado físico, y el silencio llegó. El descanso reparador. Pero fue corto, muy corto.

De nuevo el descontrol. Pujaban por salir, para lo que necesitaban mi ayuda. Su pedido era insistente. Con su cabeza, buscaban mi mano. Su olfato en mi cara. La insistencia parecía decir “Abrinos ya!!”.
Sin entender razones, me levanté cuan autómata. Desandé los escalones. Llegué a la puerta que da al fondo, y les dí la libertad tan demandada.
Seguía cansada, pero reconciliar el sueño, en esas condiciones parecía una utopía… El día ya despuntaba sus primeras luces.
Me decidí por un desayuno ligero, una lectura de diario y comenzar la jornada.
El patio se ofrecía como el lugar más seductor.
Desayunar afuera, significaba montar un escenario. Sacar sillones, ubicar almohadones, desplegar un mantel en la pequeña mesa.
A esos menesteres me abocaba, cuando mi mirada se posó en el piso. Ahí estaban… las manchas de sangre. Sorprendida refregué mis ojos, intentando aclarar mi vista. Sí, era indudable, manchas de sangre. Copiosas. Grandes, densas…

Busqué una huella. ¿Hacia dónde se dirigían? Hacia ningún lado. Nacían y morían ahí. En un círculo acotado.

Busqué vestigios de la víctima…. Plumas, rastros…. Nada…

¿Habrán sido estas manchas la razón de la inquietud de mis perros?
Mi cabeza iba a mil… ¿Qué hacer?....
La pesquiza debía comenzar. Llamar a los probables testigos se imponía como el primer paso. Mis perros. Uno a uno los fui convocando.
Ante su silencio, la revisación minuciosa de sus físicos era lo que me faltaba realizar, para evitar que alguno estuviera desangrándose. Orejas, patas, lomo, la panza.
Nada. Ni vestigios de heridas.
La boca. Sí. Abrir la boca en busca de restos de algún plumífero que no hubiera llegado a destino, y su cuerpo se hubiera atascado en sus dientes y su sangre se hubiera licuado en mi patio….
"Tina, Oky, Canela, abran la boca"…
Nada…..
El misterio seguía sin develarse.
El tacto me daría nuevos indicios. La punta del dedo gordo sobre la mancha, me permitiría precisar tiempos. Manchas secas, crimen nocturno. Manchas frescas, episodio reciente...
No sin impresión, acometí sobre una de ellas.
Sorpresa. Mancha en relieve!...¿Relieve?
¿Sangre con relieve? Órganos!!! El caso se volvía más serio…
¿Órganos, de qué tipo?
Anteojos!! Rápido. De mi cansancio, ni recuerdos. De mi desayuno, la taza fría que nunca llegó a la mesa.
Mis anteojos por favor!
Vuelvo sobre los indicios. Me acerco, me agacho. Estiro mi mano. Apoyo el índice sobre la mancha. La palpo, la siento. Suave, blanda… se deforma ante la presión.
La raspo con la uña, se despega… Se amolda entre las yemas de mis dedos. Rueda...
Click…. Mi mente despierta…. La noche previa…. Un regalo navideño… las niñas… la fábrica… su creación… La plastilina roja!!!!


Myrtita